Dios en una estrella fugaz. José Ramón Pérez

Voy a guardar un rato las imágenes en un cajón para volver a las letras. Tenía como objetivo hablar de todos los libros interesantes que voy leyendo y ya empiezan a acumularse en mi memoria. Esto es fruto de la edad; llega un momento en el que casi todo lo que leemos nos resulta interesante, porque sabemos elegir, o sabemos lo que nos gusta o, por lo menos, lo que no nos gusta. Si aún así, nos equivocamos, leemos lo ya leído y santas pascuas.

Yo he leído dos veces esta novela y no sé muy bien por qué. O si. Realmente, no lo sé. O si. Simplemente tendré que dejarla en la cabecera de la cama o en algún lugar cercano para que no se me olvide que está ahí.

Me resulta muy difícil hablar de ella, y muy fácil pensar en ella. Así que, para no terminar tomándome una caja de Actron, intentaré hablar de ella. Más allá del estilo o de la trama, posee la virtud de detener el tiempo ─ponerlo en suspenso─, algo parecido a una quinta dimensión desde la cual pudiéramos percibirnos en el tiempo, hacia delante y hacia detrás, reducidos a un punto, al infinito, a la nada; ser un Dios demasiado humano, que no llega a comprender exactamente lo que está pasando.

Todo es muy delicado en ella; los personajes, cada momento, cada espacio, están tratados con muchísimo cuidado, como si fueran de cristal y pudieran romperse al instante. Hay un dolor latente, piedad, delicadeza, y una especie de felicidad recién nacida, o renovada, sin florituras ni excesos... y también la desesperación que produce la ausencia ─o la pérdida─ de sentido, sobre todo del sentido de ese dolor que, a veces, nos producen los acontecimientos o las cosas.

Demasiado sencillo, demasiado humano y muy difícil de explicar sin volverse turulato. Mejor leerla.

El caso es que me gustan los bucles. Estar en un punto y saltar a otro, hacer un recorrido más o menos largo para, después, terminar casi en el mismo sitio. "Casi", porque es imposible volver al mismo lugar después de un viaje, por pequeño que este sea. Algo así dijo Heráclito: no te bañarás dos veces en el mismo río. Y con esta afirmación, nos quedamos tan panchos: evolución, cambio, infinitas muertes y nacimientos. Pero hay que tener solo una cosa en cuenta: no es el mismo río pero sigue siendo un río. Parece una chorrada pero no lo es. Tengo que tener claro que sigo siendo yo y no "otra" para seguir caminando porque ya no quedan ganas ni fuerzas para "volar". Tengo que caminar sabiendo que aquel horizonte bien definido que ha marcado mis pasos desde la infancia, se ha esfumado, y que toda la potencia que aceleraba mis músculos, el ansia y la vitalidad latente que dirigía el cuerpo hacia miles de promesas de felicidad, están marchitas y pesan cada vez más, y queda un camino que tendré que recorrer lentamente, con mis pies, sin motores ideales ni vehículos veloces. En esos momentos me conviene saber que sigo siendo yo.

Los bucles me atraen como la luz ultravioleta atrae a los insectos, hasta destruirlos. Así es la vida; la parte consciente de este eterno y grácil bucle.

La "voz" o el narrador o la primera persona de esta novela se está muriendo o, quizás, pasando a un estado en el que puede verlo todo a cierta distancia, pero sin llegar a comprenderlo. Se siente a gusto porque ya no se implica; simplemente está más allá. El resto de los personajes caminan por la tierra con el peso de los años y la experiencia encima, con las dudas, los fracasos, el miedo, el dolor, el amor, la muerte (la pérdida) y, sobre todo, la impotencia ante el destino, somatizados. Todos ellos (en ciertos aspectos, en otros no), están vivos y quieren vivir, y la verdad es que esto lo agradece el lector. Hay sed, y también hay esperanza, aunque esté más atenuada que un virus en una vacuna.

En definitiva, esta novela no es fácil, o sí. Su título lo dice casi todo. Porque no hay nada peor que encontrarse perdido con la razón a cuestas y aún así, seguir perdido, y además ver a Dios, pero en una estrella fugaz. Esto es como comprender y no comprender a la vez. Supone ver la luz y sentir un amor infinito para quedarse al instante en la oscuridad y la soledad más absolutas. Con ambas caras hay que seguir caminando. Dialéctica pura, vaya.

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