El altar de los muertos y otros relatos. Henry James.

Llevo algún tiempo intentando escribir algo coherente sobre esta selección de relatos de Henry James y, definitivamente, es imposible. Por un lado, no resulta interesante construir un “refrito” con todo lo que se ha dicho del autor; para esto, siempre están los libros, los diccionarios e Internet. Por otro lado, al carecer, por supuesto, de conocimientos “tecnicos” para valorar cualquier obra literaria, resultaría ridículo ponerme a hablar de “estilo”. Así que no puedo más que hablar de mi sensación particular, pura proyección sentimental, una vez más. Y, como ya dije en un antiguo post llamado “Emoción”, esta “proyección sentimental” es considerada por la mayoría de los críticos sesudos como algo engañoso que nubla el verdadero conocimiento. En mi caso, mucho más engañosa si el autor me interesa, ya que en este caso es muy probable que mienta como una ciega posesa y que diga tonterías, pudiendo asegurar que, al pasar cierto tiempo, unos días, unos meses, mi antigua “sensación” respecto al autor y al libro habrán cambiado o, simplemente, desaparecido.

Un análisis técnico del ritmo de una novela, su estilo, el contenido en un momento histórico dado, su relación con otras obras del autor, etc… es, supuestamente, riguroso y preciso; tanto que, a veces, perdura en el tiempo y pasa a formar parte de la “cultura”. Sin embargo, la mera “sensación” se disuelve en el aire y escapa por las rendijas; pero, al mismo tiempo, queda sellada a fuego en las neuronas, estoy segura de ello. Pura contradicción, sí, pero es lo que hay.

Lo peor de todo, es que los análisis más precisos, también son cambiantes, como demuestra ser (y más, últimamente) el conocimiento. Un ejemplo: Estoy terminando “Cosmópolis” de Don Delillo y, para situarnos, podemos decir que es un escritor al que se suele equiparar en importancia a John Dos Passos, Jack Kerouac y Tomas Pinchon, o quizás decir que en alguna de sus novelas se nota la influencia de estos escritores. También podemos leer por ahí que es una constante en su obra el funcionamiento mecánico de las psicologías individuales, casi siempre extrañas y patológicas (entonces yo metería además en el paquete a Chuck Palahniuk). “Cosmópolis” es para algunos una obra maestra, algo así como el nuevo “Ulysses”. Para otros es la trama de “Cosmópolis” la que se acerca al “Ulysses” de Joyce (lo que no es lo mismo), o a una “odisea particular”, que tampoco es lo mismo. Y finalmente, hay personas que consideran que es la peor obra del autor al que califican como un mal alumno de su maestro Pynchon y al mismo Pynchon, un mal imitador de Joyce.

Con esto afirmo que la crítica sesuda me produce “ardor de estómago” y “sueño”; así que prefiero, con creces, la exposición descarnada y sentimental de esa primera impresión que le produce a uno leer una novela. Aunque esta luego desaparezca.

Leer una novela de un autor desconocido es algo parecido a una primera noche con un nuevo amante. Puede resultar terrible. Puede resultar increíble. Si nos ha gustado mucho, el relato íntimo de esa noche será estupendo. Como nos ha gustado mucho, muy probablemente, pasaremos más noches con ese amante; dos, tres, cien, mil…; quizás, hasta nos casemos con él. Solamente tenemos que imaginar como cambiarán los relatos de esas noches en cualquiera de los casos. Cuanto más apasionada o exaltada es nuestra respuesta, más puede sorprendernos en el tiempo. Y si no, recordemos lo que Valèry dice de sí mismo respecto a su “gusto” por Leonardo casi veinte años después.

Dicho esto, al grano, que ya hablaré de Delillo cuando termine su novela.

Esta edición de Valdemar incluye 5 relatos de Henry James. El primero de ellos "La edad madura" fue la causa para iniciar su lectura.

Hace bastantes años leí Otra vuelta de tuerca, y volví a leerlo el año pasado. Después vinieron "La lección del maestro” y "El mentiroso”. La edición de este último incluía un epílogo con algunos puntos clave en las obras cortas de James. Hablaba sobre el uso de la "repetición", la idea del "espejo" y el "reflejo". No. No es que sea una obsesa compulsiva de los espejos y de verme a mí misma reflejada y repetida, o ver mi reflejo y encontrar a otra persona y no conocerme..., o sí, soy una obsesa compulsiva de mí misma, quizás como lo era Henry James... En cualquier caso, esa idea de alter─ego, del otro yo, me resultó muy interesante, es una idea que aparece en “El mentiroso” y, de otra forma, en “La edad madura”. En particular, la repetición de uno mismo, mirar al pasado, jugar con la memoria de lo que fuimos y mientras tanto sentir una "profunda manifestación de deseo" cuando la enfermedad y la vejez se han apoderado definitivamente del cuerpo es lo que alimenta "La edad madura" y es lo que a mí me interesa: el temor de un afamado novelista a que su reputación hubiera de fundamentarse en algo incompleto (una obra incompleta); el temor de un hombre ante la muerte y el deseo de una segunda oportunidad aun sabiendo que solamente había una: "Nunca volvería, como en uno o dos grandes momentos del ayer, a sentirse superior a sí mismo. Lo que de infinito pueda tener la vida había desaparecido para él, y lo que le quedaba de la dosis otorgada era un vasito marcado como lo está un termómetro por el farmacéutico. Se quedó sentado con la vista clavada en el mar, que parecía todo superficie y cabrilleo, harto más superficial que el espíritu del hombre. El abismo de las ilusiones humanas, ése sí que era la auténtica profundidad sin mareas..." Un duelo y un deseo que deja de ser tormento, por un instante, ante la visión del “alter-ego”, el “doble”, o esa ilusión de “repetición” de uno mismo.

Mi primera lectura de Otra vuelta de tuerca, me dejó fría porque esperaba encontrarme con una novela de fantasmas y resultó algo bien distinto, pero no sabía bien qué era. Pasados muchos años, leí La piedra lunar, de Willkie Collins gracias al prólogo de Borges que la calificaba como una novela inolvidable no solo por la trama sino por sus protagonistas. Es una novela de misterio donde “lo misterioso” aparece y desaparece, lentamente, minuciosamente en la escritura, según deshacemos la madeja. Nada parece suceder y sin embargo sucede que las epístolas de los personajes que narran un mismo suceso dado, ofrecen un espejo de sí mismos y diferentes reflejos de todo lo demás. Volví a Otra vuelta de tuerca y la digestión fue mejor. La forma de narrar de Henry James es igualmente minuciosa, hasta tal punto que se hace insoportable en relatos como “La próxima vez”, pero en otros como “El altar de los muertos” muestra una delicadeza y exquisitez cercana a la de un diamante, hermoso y frío.

Con Henry James es mejor dedicarse a disfrutar de sus finos encajes sin fin. Decía Kant que la finalidad de la belleza es “finalidad subjetiva” o “finalidad sin fin”. Pues eso mismo es. Y, una vez más, me contradigo porque esto significaría que la obra de James es bella kantianamente hablando, o sea, un objeto de placer desinteresado, o sea, que mi experiencia estética no ha surgido del deseo, o sea, que lo de la “proyección sentimental” con James no funciona.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
el tema del otro, una recomendación:

http://es.youtube.com/watch?v=xzQmzt9MIKY

Un tembloroso Vila Matas habla de Robert Walser desde el cariño, tiene pinta de ser malo en el primer polvo:

http://es.youtube.com/watch?v=DnfZmz9tdkU

Roberto Juarroz sobre "el otro":

El otro que lleva mi nombre
ha comenzado a desconocerme.
Se despierta donde yo me duermo,
me duplica la persuasión de estar ausente,
ocupa mi lugar como si el otro fuera yo,
me copia en las vidrieras que no amo,
me agudiza las cuencas desistidas,
descoloca los signos que nos unen
y visita sin mí las otras versiones de la noche.

Imitando su ejemplo,
ahora empiezo yo a desconocerme.
Tal vez no exista otra manera
de comenzar a conocernos

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