Chesil Beach. Ian McEwan.

“Los personajes de esta novela son ficticios y no guardan ningún parecido con personas vivas o muertas. El hotel de Edward y Florence –casi dos kilómetros al sur de Abbotsbury, Dorset, que ocupa una posición elevada en un campo, detrás del apartamento de la playa- no existe”.

Aquí dejo esta frase de la página 185 porque, sinceramente, es la que más impacto me ha producido en esta novela. No sin antes añadir que tengo un trancazo de la leche, que me duelen los frontales, occipitales y parietales (más lo que hay dentro), y que quizás por esta razón escribo y pienso estas tonterías.

Por supuesto, la frase no pertenece a la novela. Es una aclaración necesaria de la editorial, simplemente.

Y os preguntaréis -o me pregunto yo misma a mí misma que para eso estoy aquí escribiendo sobre esta novela que acabo de cerrar- por qué he elegido esta frase. Pues porque este relato (185 páginas a un tamaño de fuente considerable y con un interlineado generoso son un relato más que una “novela corta”) es tan “real” (o mejor dicho “elocuente”, o sincera, o…) que pasma soberanamente leer esto al final. Uno siente algo así… “Por si acaso, solamente por si acaso algún ser se siente identificado, que sepa que no va con él, no vaya a ser que la liemos porque cuando se habla de cosas superprofundas del individuo y superíntimas y las plasmamos así a lo bruto, como si no pasara nada, puede que se líe una tortilla de patatas con chorizo la mar de indigesta”.

Mi historia con esta novela es la siguiente. No tengo ni idea de quien es el escritor. Vamos, que no le conozco personalmente. Un día leo en ABC cultural una reseña sobre esta novela. Primero me fijo en el pollito, que para la edad que tiene no está nada mal (qué pasa, me gustan los tipos maduros y con solera), segundo hago una lectura hiper-rápida de la reseña y solamente me quedo con “es una novela que trata sobre la pasión”. “Pasión” es una palabra que me eriza el rabo… me interesa…, y me olvido del pollito, de la pasión y de la reseña. Pero resulta que aquel día que mencioné hace unos cuantos “post” en el que necesitaba (como tantos otros) “irme de compras” y en el que compré el “Dirigido por” y unos “librillos”… éste era uno de esos libros que pillé. ¿Por qué?, porque estaba buscando otra cosa y al verlo se me fue la mano… probablemente porque lo recordaban mis neuronas, aunque yo no era consciente en ese momento. Abrí el libro y miré al pollito y me dije “que bien está este hombre” y me lo llevé. Además, así leo una novela de un tipo famosete.

Dicho esto, porque todo hay que decirlo, paso a la novela.

En esta novela se cuenta una historia muy simple. Una pareja –que se ama- disfruta de su noche de bodas. En esa noche ocurren cosas. Estamos en 1962 en Inglaterra.

Por supuesto no debo hablar de las cosas que pasan… y mira que me fastidia. Digamos solamente que participaremos de inmediato en el estado de Edward antes y durante ese momento, y en el de Florence. Es aquí donde haremos un recorrido por la vida de ambos: corto, incisivo, directo. Todo un mapa de ilusiones y esperanzas. De emoción e ignorancia. Uno siente que este chico (ella no) es una marioneta ilusa y ciega víctima de una poderosa corriente. Poderosa y al mismo tiempo común, tradicional, rutinaria. Uno siente algo apolíneo en esta vista. Ella, Florence, es semejante a un dios y al mismo tiempo imperfecta hasta la médula, desde el primer momento. Ella, Florence, toca el violín y tiene línea directa con los dioses, o más bien se entrega a ellos para mantenerse a salvo de su propio cuerpo. Es un animal inteligente y cruel, casi puro. Él, Edward, es inteligente también, pero además cuerpo, víscera y movimiento, animal enjaulado, manso, humano, mucho más honesto con él mismo y, por lo tanto, con los demás (creo) que ella.

La novela fluye entre un perfecto simple (que antes era indefinido), pretérito imperfecto, condicionales… un pasado fijo que circula lentamente, un pudo ser, un fue, un sería…

Debo decir que encontré un pero a la novela, y otro… bastante potentes, pero al final, me olvidé de ellos. Y conste que aunque estos “peros” eran muy poderosos (me produjeron nauseas morales), algo hubo después que hizo que me olvidara de ellos. Porque esta historia esconde cosas muy importantes sobre nuestra forma de ser, sobre las máscaras y cajas fuertes que nos protegen, sobre ya no la dificultad sino la determinación inconsciente (o consciente) de ocultar, de tapar, de esconder, y el dolor que eso provoca versus la inocencia, la libre exposición de sentimientos, la cara única, lo que se ve porque necesariamente tiene que verse y lo que se esconde por la misma razón. Un tipo de ser frente a otro. Y esto es importante… porque es una esencia. Y si el autor me pone “peros” o “causas” poderosas para tal o cual forma de ser… me jode el invento.

El otro día comentaba con una amiga mía el tema este de los “peros” de la novela. Ella me decía que todos somos así (como somos) por algo, y que no estaba mal que el autor incluyera unas razones por las cuales los protagonistas son como son. Siempre hay una causa que determina un comportamiento dado. Puede que sí (pienso); evidentemente, además de la genética, hay otro tipo de factores determinantes pero… en una novela me gusta que se llame cobarde al que lo es, sin coartadas.

Eso es lo que más me ha molestado, la coartada.

El resto, perfecto. Ya era hora que me gustara una novela de estas “para todos los públicos”. He pasado por alto los “peros”, el exceso de “lentejuelas” típicos… me ha gustado. Aunque no me ha dejado “relajada” (estado en el que me dejan las novelas de puntuación 127), me ha gustado, la puñetera.

Dicho esto, una curiosidad; investigando sobre el autor he descubierto que fue famoso sobre todo por su novela Amor perdurable (1997), considerada por muchos como una obra maestra. La novela gira en torno a una persona que sufre el síndrome de Clerambault. Por supuesto me he preguntado sobre la naturaleza de ese síndrome desconocido.

La erotomanía es un trastorno mental raro en el que una persona mantiene la creencia ilusoria de que otra persona, generalmente de un estatus social superior, está enamorada de ella.

La erotomanía es también conocida como el “síndrome de Clerambault”.

Hay que leer esa novela. Ya me la contaré aquí a mí misma (o no, porque ya está bien de darle vueltas al ceniciento cuento de La Cenicienta).

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Wikipedia, erotomanía:

"El intento de asesinato de Ronald Reagan por parte de John Hinckley Jr. se consideró provocado por una ilusión erotomaníaca según la cual la muerte del presidente causaría que la actriz Jodie Foster declarase públicamente su amor hacia Hinckley." qué bonito, yo que soy muy aficionado a las conspiraciones no conocía este dato, sabía que los Hinckley eran amigos de la familia Bush (el hermano del magicida fallido y uno de los hijos de Bush cenaron en el rancho familiar la noche antes del intento de asesinato), en aquel momento George H. W. Bush
era vicepresidente y habría pasado a ser presidente si Reagan hubiese muerto...uy! me he pasado con mi rollo conspiranoico

http://es.youtube.com/watch?v=t3duEgdlkug

YOUTUBE
Anónimo ha dicho que…
No entiendo nada. Me aburro.
No he leido este libro, pero seguro que no entendería nada y me resultaría aburrido.
No he participado en ningún blog porque no los entiendo y me resultan aburridos.
A mi lo que me gusta es la taxidermia, pero no hay mucha gente dispuesta a compartir su afición conmigo.
Que aburrimiento, señor.
Esto que estoy haciendo me cansa y me resulta aburrido. Me voy a aburrirme a otra parte. Suerte con vuestro aburrimiento particular.

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