Estupor y temblores. Amélie Nothomb (1999)


Regalar libros es algo muy complicado, y no voy a pararme a explicar por qué, porque la explicación compondría un sesudo artículo de psicología barata y sociología aplicada… Aún con todos estos inconvenientes, de vez en cuando, regalo libros.

Confieso tres motivos fundamentales por los cuales regalo libros (y conste que simplifico, porque tengo bastantes más, pero esto me llevaría al sesudo artículo):

- La persona en cuestión es inquieta, y creo saber (bien por recomendación, bien por intuición, bien por adivinación) que tal libro va a gustarle. En este caso, el éxito no está garantizado ni siquiera con la recomendación. Normalmente se mete la pata hasta el fondo.

- Quiero, me preocupa, estimo y admiro a esa persona. Entonces le endoso un libro que me ha encantado porque, necesariamente, debe leerlo. En este caso, el éxito tampoco está garantizado. Lo más corriente es que la persona se quede “bocas” y piense “pues fale”. Pero yo me quedo encantada de la vida pensando que algo más nos “une”, que nuestra “intimidad” progresa.

- No sé qué leches regalar a la persona en cuestión y si sé que lee de vez en cuando (o frecuentemente, o mucho), así que me arriesgo con un librito.

Bueno. Esto, por resumir.

Hace algo menos de un mes, una amiga mía cumplía años, y por estos tres motivos (más o menos), le regalé dos libros.

Dado el tercer motivo, elegí libros.

Dado el primer motivo, elegí los modelos “recomendación/adivinación” pero chungos. O sea, que me fui a Fuentetaja e hice un breve análisis “super-superficial” al vendedor sobre los libros que le gustan a mi amiga (y que no comprendo por qué le gustan, o sí, pero no) y otro breve análisis de su psicología particular compleja y que entiendo (o no, pero si) y que me dicta que no se conforma con cualquier cosa.

El vendedor, obviamente, salió por la tangente superairoso y superseguro de sí mismo. Y me sacó un pequeño librito cuco, afamado, premiado, y no obstante bueno, bien escrito, sorprendente. Ah… y escrito por una mujer. El librito en cuestión se llamaba “Estupor y temblores” de Amélie Nothomb.

Dado el segundo motivo, elegí una novela que a mí me ha conmovido (o me conmovió en su momento) profundamente: La teoría de las nubes, de Sthépane Audeguy.

Valoración del éxito: notable. No sobresaliente.

La novelita de Amélie se la leyó en una tarde, y le pareció “curiosa”. Tanto que me pasó el libro para que me lo leyera. Esto significa una quedada para hablar sobre el tema así que alabado sea el cielo, la novela ha tenido un efecto positivo porque yo ya me la he leído. Esto significa que puedo meter un libro en mi apartado “literatura” y evitar que crezcan hongos y telarañas en la carpeta mientras termino las más de 1000 páginas de “La montaña mágica” de Thomas Mann.

La teoría de las nubes se la ha leído también; completa. Y ha sentido el “subidón”, en parte. En “su” parte. Así que mi egoísmo y egotismo no se van a rebozar en el barro de gusto pero se sienten satisfechos porque podremos pelear ambas “partes”.

Pero bueno, la conclusión de todo esto es que me he leído el libro de Amélie Nothomb, y aquí dejo mi comentario.

“Estupor y temblores” es un festín de lucidez y humor. No hijos no.
“Estupor y temblores” es una confesión impúdica, un tratado de inspiración marxista”. ¿Cooomorrrr=/$%!!!!///**gggrrrrrr?

Estupor y temblores es un cuentecillo de 140 páginas a tamaño de letra descomunal escrito por una niña rica que ha nacido en Japón y vivido allí y en China porque su papá era embajador. Obviamente tiene cosas que contarnos sobre la sociedad nipona que todos desconocemos. Además, es culta… porque lo demuestra con alguna cita. Básicamente, el libro nos habla de las “reglas” de cortesía que rigen tal sociedad (y, sobre todo, su parte femenina), y del peso que adquiere la sumisión a estas normas si uno desea mantener la dignidad.

Dicen que está bien escrito. A mí me parece infumable. Dicen que su humor es inteligente. A mí me resulta infantil y hasta ofensivo a la razón, a la feminidad y a “mi” razón (occidental). Es más, creo que la culpa la tiene la escritora, no la sociedad nipona. Así que me resultaría muy triste que alguien pensara que los japos son así, tal y como los describe el librito. Y aunque así fueran, que un occidental sea tan estúpido cuando convive con ellos para quedarse solamente con eso y actuar como un subnormal para resaltar, precisamente, los defectos de la otra parte, me resulta, cuanto menos, ofensivo (y eso que no soy japonesa - creo-). Es decir: la autora construye un personaje estúpido, mártir y dominado (¿un mártir estúpido?) para que contraste bien con ese otro lado “dominante”. Y, además, el personaje estúpido es un cachondo y no para de reírse sin que nadie (o al menos yo) entienda de qué coños se está riendo. Y cuando digo coños sé de lo que hablo. Si es que puedo saber de lo que hablo después de leer el librito.

En definitiva, no entiendo este libro. O mejor dicho, no entiendo el bombo.

Casi me sentiría mal por haberlo regalado, pero no. La verdad es que la novelita nos va a dar juego a mi amiga y a mí. Un juego corto, pero a fin de cuentas juego. Y gracias a mi egoísmo, completé la historia con La teoría de las nubes que quizás nos permita continuar dialogando y flipando la una sobre la otra.

Por cierto, la trama del libro da para una peli. Eso seguro.

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