Coppola y el vendedor de barómetros. Tetro (Francis Ford Coppola, 2009)


Belli occhi, belli occhi -grita Coppola- “¡Eh, no barómetros, no barómetros! ¡También tengo bellos ojos, bellos ojos! Nathaniel se horroriza, pero el misterioso Coppola solo vende lentes, gafas. El encuentro con el repugnante vendedor de barómetros ejerce una funesta influencia en la vida de Nathaniel: “Se hundía en sombrías ensoñaciones y se comportaba de un modo extraño, no habitual en él. La vida era solo sueños y presentimientos; hablaba siempre de cómo los hombres, creyéndose libres, son sólo juguetes de oscuros poderes, y humildemente deben conformarse con lo que el destino les depara. Aún iba más lejos, y afirmaba que era una locura creer que el arte y las ciencias pueden ser creados a nuestro antojo, puesto que la exaltación necesaria para crear no proviene de nuestro interior sino de una fuerza exterior de la que no somos dueños”.

Pero no pensemos que Nathaniel solamente sufre un delirio místico - aunque tal fuera la impresión de su amada Clara en el famoso relato de Hoffman El hombre de arena -, sino también temor ante la intuición de aquel automatismo al que se refiriera Goethe. El poeta (entre ochocientas mil cosas más que era) decía que el mundo es el ojo, o algo así. Los colores estaban en el ojo, y éste tenía necesariamente naturaleza lumínica, ya que de otro modo no podría percibir la luz y lo que ella manifiesta. Desde este punto de vista, pues, podemos entender cómo el fenómeno de la percepción está íntimamente ligado al cuerpo como autómata. Pero existe un espacio indefinido (tan inmenso o pequeño como queremos) entre el mero registro automático en una máquina (construida por humanos) y el de un sistema vivo. Porque (y sin tener que recurrir a misticismos y entelequias como el alma) algo tiene lo vivo, que provoca en nosotros al menos un reconocimiento. Y cuando tal reconocimiento esperado no acontece y en su lugar aparece el simulacro, el doble, el reflejo de lo vivo en la indiferente superficie del espejo muerto, el otro lado de antracita, máscara de vida seca, lo irreconocible dentro de tu propia casa, el choque de lo extraño cuando se espera algo familiar, el doble muerto y sin embargo activo que acaece para suplantar perversamente la fuerza vital deseada y familiar…, encontramos lo siniestro. El unheimlich definido por Freud.



Al instante puso Coppola a un lado los barómetros y empezó a sacar del inmenso bolsillo de su levita lentes y gafas que iba dejando sobre la mesa. - Gafas para poner sobre la nariz. Ésos son mis ojos, ¡bellos ojos! -y, mientras hablaba, seguía sacando más y más gafas, tantas que empezaron a brillar y a lanzar destellos sobre la mesa. Miles de ojos centelleaban y miraban fijamente a Nathaniel, pero él no podía apartar su mirada de la mesa…” Una mirada fija y siniestra, como la que podemos sentir al entrar en un museo de cera… ¿Qué tiene lo siniestro? ¿Qué tiene Coppola, el robaojos, para Nathaniel?...”

Lo siniestro es el nombre que recibe todo aquello que debió permanecer oculto y secreto pero que sin embargo ha salido a la luz. Decía Schelling… La belleza solo es posible como velo que oculta/desoculta, lo siniestro… concluía Eugenio Trías en Lo bello y lo siniestro.

De una forma u otra, Nathaniel se siente controlado por una fuerza mecánica superior a él, la del malvado Coppola, y luego acorralado por el poderoso hechizo de la hija autómata de Coppelius: Coppelia, Olimpia… Una fuerza peligrosa que parece venir del pasado o un eterno y temible presente: la amenaza del hombre de arena que le robará los ojos, y con ellos la vida y el alma.

Y hasta aquí, El hombre de Arena; obra de referencia en el último film de Coppola (Francis Ford, no el vendedor de barómetros), Tetro. Y digo de referencia, pero no es eso exactamente sino más bien todo lo contrario. El relato aparece, si, en escenas preciosisisimas, a veces, pero no sé muy bien por qué razón. Digamos que esta película es un exceso de “no sé por qués” o de “no sé muy bien por qué razones”. Coppola tiene el poder (y la maestría) de construir un batiburrillo sin sentido aparentemente culto pero inculto (no llega al nivel petardo) y hortera, que huele y sabe -por momentos- a obra maestra. Así de raro es.

Salí el domingo pasado muy contenta del cine, porque me entretuve bastante y porque pude reflexionar un poco sobre aquello que estaba viendo. Aunque esto, como adivinaréis, no significa nada bueno ni nada malo sino más bien todo lo contrario.

Tetro dura más de dos horas. Y yo (masoca donde las haya) me lo pasé bien durante las dos horas. Pero debéis saber que las críticas acusan al film de hortera, delirante, ópera de tres al cuarto, culebrón pedante… En fin. Compartidos estos calificativos con vosotros, corroboro que me lo pasé muy bien con esta peli, que me gustó bastante, y que la considero una película de las más interesantes que he visto este año. Así que sobre los autores de tales calificativos diré que no es que vayan desencaminados al utilizarlos por separado, no; pero usándolos todos al mismo tiempo y con tanta ira, solamente denotan ignorancia con respecto al cine del autor. No entiendo tal dolor.

Porque si uno conoce a Coppola, no es posible que se sienta molesto por su desmesura. Ni su hortera operística. Tampoco resulta molesta su enorme pedantería y la falta de talento intelectual. Lo hace todo tan a lo bruto que construye, por momentos pequeñas obras maestras.

No sé. Es como un gañán del cine.

Coppola ha dirigido dos obras maestras de la historia del cine (para algunos): la trilogía de El Padrino y Apocalipse Now. Para mí solamente una: Bram Stoker’s Drácula. Luego tiene pelis bastante majas, como La ley de la calle, The cotton club, Peggy Sue se casó

Lo que marca el cine de Coppola (creo) es que hace pocas concesiones a nada ni a nadie y demasiadas a sí mismo, como Lars Von Trier (sí, se que no tienen nada que ver). No llega donde queremos que llegue, pero su ensañamiento y exceso le llevan por caminos que (creo) desconoce cualquier experto que pretenda encontrar algo. Ese exceso, y su sorpresa, fue un órdago para su Drácula que considero una obra maestra… En otras ocasiones, supongo, ese exceso destroza la historia, la deshilacha, la hace incomprensible y excesivamente grotesca (quizás este sea el caso de Tetro).

Pero merece la pena. Hay que ir a ver este film si uno consiente al peor Coppola. Si consiente al niño grande pataleando y más libre y autoindulgente que nunca. ¿Quieres melodrama familiar?, ¿quieres preciosismo preciosisisimo formal?, ¿quieres operística barroquísima?: pues toma, dos cazos. Y como soy más libre (y rico) que nadie, ¿quieres pedantería?: pues toma una hora de ella. Soy un nuevo rico que pretende ser ilustrado y te ofrece (a machete) su buen gusto estético.

Por todo el teatro absurdo y surrealista; por toda la representación de la representación; por todos los espejos; por todo el blanco y negro de plexiglás; por sus guapísimos protagonistas (incluidos todos), tan plasticosos… merece la pena. Es una obra grotesca, extraña y entrañable por lo verdadera (creo que Coppola se pone en el plato para que nos lo comamos, con todo su sabor y toda su mierda), en la que se mezclan los momentos bochornosos con los estéticamente acertados; una estupenda fotografía con una paleta puesta en escena y una dirección de actores increíble (por lo rara y caótica).

Vincent Gallo no está mal (aunque me cae muy mal). Es un tipo que está bueno y tiene cara de capullo recalcitrante, su interpretación es plana pero su presencia es bastante devastadora. Maribel Verdú parece intentar atrapar una baraja de cartas que le acaban de tirar al aire… Hace lo que puede y lo hace bien, aunque por momentos, da pena verla, no sé si por el guión, por lo estúpido de la escena que obliga a lo estúpido de su actuación… (No sé. La escena en la Radio La Colifatta es bochornosa). Alden Ehrenreich (es ¿otro? Di Caprio) aparece impresionantemente guapo, con uniforme de marinero, camiseta al estilo Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo… En fin, un bomboncillo en blanco y negro.

Todo a la batidora: los “superficiales retratos magníficos” de Gallo y de Ehrenreich; los malabares de Maribel Verdú; un supuesto siniestrismo del famoso Arenero de Hoffmann marcado con tintes surrealistas y grotescos de bajo vodevil; momentos bastante hermosos que aluden directa o indirectamente al relato de Hoffmann, con su Olimpia / Coppelia y el dominio del viejo abogado/director Coppelius; y Coppola (Francis Ford), que directamente ha flipado. Se ha visto a sí mismo como vendedor de barómetros, como doble en el espejo, todo junto … Ese es uno de los problemas de esta peli; tiene tantas referencias y tantas lecturas como las de un tipo ebrio hasta las cejas que te cuenta su vida en la barra de un bar. Pero con un presupuesto de narices.

Y hay que estar preparado para aguantar eso.

Comentarios

hombrecohete ha dicho que…
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