El sonido del caos.

Los números primos son raros, tan raros como un matemático o un autista. Y si un matemático lee esta afirmación dirá que me parecen raros porque no los comprendo, además de creerme todo aquello que cuentan los libros de divulgación y las pelis. Eso por no llamarme ignorante a la cara. Teniendo pues en cuenta que lo incomprensible siempre resulta raro, la realidad es que muchos libros de divulgación científica están escritos por matemáticos y físicos teóricos, que casi siempre, según la conveniencia, presentan los números primos como raros. Y hay que ver el juego que da eso.

Pero, ¿por qué son raros?, pues por la sencilla razón de que su “por qué”, no encaja en ningún patrón coherente que podamos imaginar.

Gran parte de los matemáticos y físicos (y humanos en general entre los que no me encuentro) intentan buscar un orden fundamental de las cosas, ya que este orden demostraría que la naturaleza (universalmente hablando) es bella (o sea, ordenada), y si no se mostrara bella no tendría ningún sentido; la vida de estos matemáticos y humanos en general, no tendría ningún sentido. Hay gente que no se siente bien con el caos o con la mera posibilidad de considerar que hay fenómenos que no podemos entender sin que ello suponga que no llegamos a poder comunicarnos con el ente superior que ha decidido ordenar o desordenar todo esto. Y la secuencia de números primos parece mostrar cualquier cosa menos orden reconocible (calculable, adivinable). Si. No estoy muy al tanto pero supongo que todavía no se ha demostrado la hipótesis/conjetura de Riemann, así que seguimos sin poder adivinar ese orden imaginado (deseado) o ”por qué” de la secuencia de números primos. Creo que deben existir sin embargo miles de fórmulas que permiten “adivinar” primos, y también supongo que hay miles de millones de monedas destinadas a investigar todo esto, sobre todo sabiendo que muchos de los códigos utilizados para garantizar la “seguridad” de ciertas operaciones comerciales y de otros tipos, son primos.

Si. Los dinerales invertidos para investigar el orden oculto de esta secuencia de intocables tiene más que ver con la seguridad de cierto tipo de operaciones (imaginaos que un hacker descubriera ese orden oculto) que con la belleza. Los motivos de los científicos y resto de artistas casi siempre son distintos de los de aquellos que les dan de comer.

El “indomable” Will Hunting era un cerebrito, pero también un tipo listo que adivinó su brillante destino como "descifracódigos”.

“Descifracódigos”, tipos raros, matemáticos… me viene a la memoria ahora un film que se estrenó en España hace más de diez años llamado Cube. Esta película cuenta la odisea de unos cuantos tipos que intentan descubrir la forma de escapar de un espacio agobiante en el que aparecen de repente. Este espacio parece estar “vivo” en cierta manera, o bien funcionar como una máquina programada para modificar su estructura. Entrar en la habitación incorrecta puede suponer la muerte. El grupo se mantiene a salvo en el inicio gracias a una matemática que advierte un número primo en la secuencia de entrada a las habitaciones potencialmente peligrosas. Pero lo del primo deja de funcionar, y una observación más precisa indica a esta mujer que, en realidad, no es un primo lo que marca las salas mortales, sino la potencia de un primo. La chica se desespera porque los cálculos necesarios son infumables, y hete aquí que entre los encerrados en el cubo se encuentra un tipo raro raro raro, mucho más raro que un matemático y que un número primo: un autista. Y el autista calcula mejor que cualquier máquina creada por un no autista.

Si. Mientras los matemáticos no autistas se deshacen la sesera con la Z de Riemann, el neurólogo Oliver Sacks nos cuenta en su librito El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (escrito varios años antes del estreno de Cube) la historia de dos gemelos autistas que se divierten soltando primos a troche y moche. Si; a troche y moche porque Sacks sigue sin explicarse el mecanismo que regula la vomitona de primos por parte de los gemelos autistas. Un absoluto misterio escondido en el abismo de dos mentes.

Y todo este speech -aunque podría serlo- no es una intro al libro que me estoy leyendo ahora mismo La música de los números primos, sino al que me he terminado hace unos días y que leí por accidente, La soledad de los números primos.

El comienzo fue pésimo; pasé los primeros capítulos pensando que los dos protagonistas eran un par de tontos sin agallas que no sabían vivir y que merecían todos los bofetones habidos y por haber. Me cabreé pensando que tenía entre las manos una historia vulgar, dañina e irrelevante que transforma en héroes a dos idiotas cuyas vidas y destinos deberían importarnos una mierda ya que están marcados por un accidente del que son los únicos responsables (aunque la responsabilidad se extienda como un velo invisible hacia otras personas que también sufren en silencio). Pensé por qué leches me había comprado la novena edición de un libro… Pero seguí leyendo y el librito fue mejorando página a página y los personajes que tanto apestaban resultaron tan coherentes en su soledad, tan bien construidos, que he tenido que renunciar a la idea de que es una mala historia. Creo que la novela está escrita con mucha humildad, discreción e inteligencia. Y eso, me gusta.

Apunto aquí un párrafo que me hizo pensar que los dos personajes principales, tampoco merecen (finalmente) los calificativos que he puesto en el párrafo anterior:

“El profesor Nicolli cerro el expediente académico y miró a Mattia con atención… pensó que era de esos que triunfan en los estudios porque en la vida real son tontos, y en cuanto se salen del camino que les marca la universidad, resultan unos inútiles”.

Eso es. No merecen esos calificativos porque quizás son tontos. Y los tontos merecen (como cualquier otro ser vivo), más que compasión, respeto. Podemos pensar muchas cosas de los personajes, pero creo que presentan una dignidad (como personajes) muy consistente. Quizás esto no sea más que una historia sobre el respeto y la dignidad (y al mismo tiempo sobre el desprecio y la humillación). Si hay algo que me gusta en la extraña relación de ambos personajes principales es el respeto que ambos parecen tenerse.

Los protagonistas de esta historia se llaman Alice y Mattia, y para presentarlos el autor utiliza una metáfora: ambos son algo así como dos números primos gemelos, destinados a vivir en paralelo, solos, estrechamente unidos y al mismo tiempo separados por una barrera infinita. La razón de esa proximidad entre ellos parece ser una vida condicionada por las consecuencias de un suceso traumático ocurrido durante la niñez, algo tan vulgar (para una novela, totalmente respetable en la vida) que se le quitan a uno las ganas de seguir leyendo. Pero el autor resuelve con bastante maestría esta imposibilidad de acercamiento construyendo unos personajes sorprendentemente coherentes. Demuestra una prudencia envidiable al no inmiscuirse en el por qué de una actitud, en intentar explicar lo inexplicable. La actitud de ambos seres es un misterio, igual que la secuencia de números primos. La misma turbación e impotencia que sentimos al observar sus movimientos, parecen sentir ellos.

Y esto que estoy diciendo no lo entiendo ni yo, que cogería a Mattia y a Alice y les haría un lavado de cerebro. Pero… ¿con qué derecho?

En la contra del libro hablan de la sutileza de los rasgos psicológicos de los dos personajes… Si busco un antónimo de sutileza, puedo llegar a la necedad, la tontería, la grosería, la vulgaridad… Curioso. Ambos personajes podrían resultar “superespeciales”, pero en el espejo no hay más que un contrario cuya estupidez aterra.

Gracias a que el autor no profundiza en ciertos por qués (el suceso dramático, la causa que lo provoca y posibles consecuencias, no son más que algo que permanece disuelto y en suspenso como una niebla durante el resto de la novela), la novela fluye como una recreación del increíble aislamiento de ambos y su incapacidad para avanzar un paso hacia la destrucción de la jaula que permite ese aislamiento. Recreación en el abismo de sus mentes (o en el vacío de sus mentes), en la proximidad de ambas, y en el infinito espacio que las separa (no pensemos en un espacio kilométrico sino en un espacio infinitesimal, pero no por esta razón menos infinito).

El personaje de Alice no me gusta demasiado (no entraré en razones), pero creo que Mattia es absolutamente conmovedor. Por momentos ha llegado a emocionarme. Finalmente puede que sea algo así como un autista con síndrome de sabio, o quizás un número primo que rezuma cierta humanidad gracias a la existencia de Alice.

Mattia destroza su cuerpo y sobrevive gracias a las abstracciones que construye su cerebro. Resulta un genio patético. Alice destroza su cuerpo también y su cerebro es similar a la cámara polaroid con la que suele jugar. Supongo que no piensa demasiado, tan solo responde a su instinto… Creo que resulta menos patética que Mattia, y por esta razón su destino es incierto.

Comentarios

¿Seguimos obsesionados porque la naturaleza siga dictados del "orden divino" o estoy muy equivocado? La matemática es, antes que nada, "la ciencia de la aproximación", el instrumento de los modelos. Me consta que existen muchas personas como Mattia; donde yo mismo trabajo son legión... ¿Estás de acuerdo?
Vera Miles ha dicho que…
No, yo no… los demás. Y a mí, me fascinan esos “demás”. Los libros de divulgación dicen que algunos matemáticos defienden una realidad matemática que se sitúa fuera de los hombres y que nuestra función es descubrirla y observarla. Algunos se atreven a decir que la matemática no es una disciplina contemplativa sino creativa… La ciencia matemática, también, pasa por modas; en estos momentos, por ejemplo, nada es válido para los matemáticos sin una demostración. Perdón, no es que nada sea válido; nada es verdadero. Algunos la conciben como un “arte creativo sujeto a reglas rígidas, como escribir poesía o tocar blues… Los matemáticos están limitados por los pasos rígidos que tienen que seguir para dar forma a sus demostraciones; pero a pesar de todo, en el interior de esas rígidas reglas aún existe una gran libertad. De hecho, la belleza de crear obedeciendo a un sistema de reglas está en que nos vemos empujados hacia nuevas direcciones y hallamos cosas que nunca esperaríamos descubrir si no nos hubiéramos dejado llevar” (Marcus du Sautoy. La música de los números primos).

Pues qué quieres que te diga, a mí, que me tiré años dibujando con el mismo dogma a la espalda, me hace mucha gracia todo esto… Y creo que no tengo que darte explicaciones. Ahora bien, creo que el texto entre comillas es cierto. Yo he vivido eso. Y nunca sabré decir si existe más “libertad” creando bajo reglas estrictas que creando bajo ninguna. Y aquí llegamos al debate del relativismo, las deconstrucciones, el libre albedrío, el todo vale, Sokal y etc, etc…

Pero, independientemente de todo esto, envidio a todos aquellos que se “divierten” de verdad.

Respecto a Mattia no, no tiene nada que ver con esos que pululan donde tú trabajas. Ni de lejos. Mattia es lo que piensa su director de tesis “…e esos que triunfan en los estudios porque en la vida real son tontos, y en cuanto se salen del camino que les marca la universidad, resultan unos inútiles”. Algo así es, llevado al extremo obviamente. Si te lees la biografía de Riemann flipas con las semejanzas, y el mismo autor de este librito sobre primos dice que muchos personajes peculiares tienden a perderse en las abstracciones y reglas matemáticas. Vamos, que se lo pide el cuerpo.

Y sí, es verdad; la religión sigue siendo un problema. El padre de Riemann era pastor, y el de Euler creo… y hay cientos de científicos creyentes que buscan un orden sobrehumano. Pero lo sobrehumano no llega a los hombres, creo… o no debería, así que sigo sin entender por qué los físicos teóricos se empeñan en buscar a dios en el boson de Higgs o a dios tras el orden oculto y desconocido de la secuencia de primos. O a dios en su desorden oculto…

Anyway, algunos humanos (con dios y sin dios), disfrutamos con algunas cosas. Yo, gracias a lo poco que me queda de científica, puedo confesar que el descubrimiento de la maquinaria que mantiene en marcha a todo lo vivo me resultó francamente gratificante. Es un orden precisísimo sujeto a continuas alteraciones que no podemos controlar, ni adivinar, y cuyas repercusiones creo que no podemos imaginar. La enfermedad se intenta curar aniquilándola, pero hasta el momento poco controlamos el tema de la prevención, prevenir que algo suceda, prevenir las consecuencias.

Creo que de las ciencias, la biología (la bioquímica) es la más humilde. La que quizás mejor comprende la realidad de las cosas porque se mantiene cercana a lo vivo y no puede permitirse perderse en abstracciones. Los matemáticos no se permiten fiarse de resultados experimentales, tienen que encontrar verdades lógicas para confirmar tal o cual cosa. Un biólogo… ejem, ejem, ejem…

Como respuesta a comentario, ya está bien :-)
Sólo cuatro observaciones breves:
Dices: "Respecto a Mattia no, no tiene nada que ver con esos que pululan donde tú trabajas. Ni de lejos. Mattia es lo que piensa su director de tesis “…de esos que triunfan en los estudios porque en la vida real son tontos, y en cuanto se salen del camino que les marca la universidad, resultan unos inútiles”. ¿Seguro que no tiene nada que ver?
El asunto de las reglas... En todas partes existen reglas y, en el mundo de las artes plásticas, más que en otros, aunque pudiera parecer lo contrario a los que "habitan fuera".
Yo también he experimentado la "belleza" (el potencial de agrado) que cabe en una demostración matemática o, incluso, en una carambola de billar, en una jugada de ajedrez... Y dando un paso más, en un diseño automovilístico, naval o aéreo... Y aún, la belleza de un desarrollo argumental (literario) inteligente.

Ya sabes, la clave siempre está en las peculiaridades del "funcionamiento humano" (antes se decía en "nosotros mismos") y de lo que le produce "placer". Pura química, pero ¡qué química!
Vera Miles ha dicho que…
Vale, sí que tienen que ver :-)

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