Arte, mitos, y más Coetzee.


Continúo leyendo a Coetzee. Mecanismos internos tiene, como casi todos los libros, algún comentario/argumento en la contra que, supuestamente, invita a la compra: “Crítica del más alto orden” (The independent), leemos en este caso.

¿Crítica?... Pues debe ser que no sé yo muy bien lo que significa “crítica” ya que la forma fría y precisa que tiene Coetzee de aproximarse a la “vida” (con los “fenómenos” adyacentes que la determinan y que la hacen imprevisible) de los escritores que inician la novela, su retrato en el contexto del libro o los libros específicos analizados: sus conocimientos, movimientos, lenguajes, ideologías, experiencias..., me parece cualquier cosa menos una crítica al uso.

Coetzee -siempre- parece estar al margen de aquello que nos cuenta; tan imperceptible es su presencia. Por esta razón resulta sorprendente y fascinante que, escribiendo como escribe, arrope como una manta, resulte tan gratificante su relato como el ligero e invariable sol de invierno que insinúa bienestar eterno, sin efusiones ni pasiones, sin afecto; tan solo con intención y persistencia en su búsqueda. Al igual que un científico que analiza cuidadosamente y con minucia su objeto, de la misma forma se expone al mismo. Parece estar al margen pero anda muy dentro de sí mismo y de aquello que le preocupa. Sin engañar a nadie.

En definitiva, aquí va otro fragmento de esta recopilación de ensayos (que por sí mismo no ilustra nada de lo que he escrito antes), esta vez sobre Bruno Schulz. Una de tantas aproximaciones al sentido y significado u objeto del arte.

“En cuanto al significado más profundo de Las tiendas de color canela, dice Schulz, por lo general no es bueno que un escritor someta su texto a un análisis demasiado racional. Es como exigirles a los actores que dejen caer sus máscaras: arruina la obra. “El cordón umbilical que une la obra de arte a la totalidad de nuestra problemática no ha sido cortado, la sangre del misterio continúa circulando ahí libremente, venas y arterias van a perderse en la noche circundante para volver a regresar, cargadas de fluido tenebroso”.

De todas maneras, si se viera obligado a hacer una exposición, Schulz diría que el libro presenta una determinada visión primitiva y vitalista del mundo, en el que la materia se encuentra en un constante estado de fermentación y germinación. No hay tal cosa como la materia muerta, y la materia tampoco mantiene una forma fija. “La realidad solo asume ciertas formas de apariencia; es para ella una broma, una simple diversión. Se es hombre o cucaracha, pero esta forma no alcanza al ser en profundidad, no es más que un papel momentáneo, una especie de corteza superficial de la que uno se desembaraza un instante después (…). Esa errancia de las formas es la esencia misma de la vida”. De ahí esa “especie de ironía universal” que hay en el mundo: “La ironía es inherente al mismo hecho de existir en tanto que individuo: es una farsa en la que uno se deja coger”.

Schultz no siente que tenga que dar una justificación ética de esta visión del mundo. Las tiendas de color canela, en particular, se mueve en un territorio que está a una profundidad “anterior a la moral”. El papel del arte “es ser una sonda arrojada en ese abismo que no tiene nombre. En cuanto al artista, es un aparato encargado de registrar los procesos que tienen lugar en las profundidades, ahí donde nacen los valores”. Sin embargo admite, en un nivel personal, que las historias surgen de -y representan- “mi manera de vivir, mi destino particular”, un destino marcado por “una profunda soledad, una vida radicalmente apartada de lo cotidiano”.

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