El ideal pervertido. La cinta blanca (Michael Haneke, 2009).


Si algo marca el último film de Haneke son las distancias. Una, la que existe entre el director y aquello que pretende ilustrar a través de imágenes; otra, la que permanece entre el espectador y la proyección de imágenes; y la última, y no por ello menos importante, la que existe entre las imágenes y “aquello” que “representan”. ¿Mareados?, pues aún podemos marcar unas cuantas más: la que habita entre el supuesto fenómeno dado (como objeto: lo sucedido, la vivencia) y la abstracción de tal vivencia (subjetivada, idealizada); la perspectiva de “pasado”…

Nada nuevo, por cierto. Pero muy marcado y relevante en el caso de La cinta blanca. “Aquello” es algo que interesa a los filósofos: cuestiones acerca de nuestra naturaleza y existencia, el comportamiento humano y sus consecuencias, la incidencia de las fuerzas sociales en dicho comportamiento, el mundo como agente que actúa sobre los humanos o los humanos que actúan como agentes sobre el mundo… Cuestiones sin una respuesta clara cuyo estudio requiere (de nuevo) un distanciamiento obligado, un espacio aséptico necesario para todo análisis científico.

Además de todos estos factores (más que evidentes) Haneke utiliza multitud de recursos que aumentan la distancia: una fotografía austera en blanco y negro, planos/contraplanos que marcan con precisión el tiempo necesario para una tensión intensa sin consecuencias emocionales, planos largos que preservan la identidad espacio/temporal de la imagen (más allá del tiempo del espectador), encuadres que evocan momentos pictóricos y que potencian el fenómeno ritual… Conclusión: el film está allá, mientras nosotros permanecemos acá.


Pero, ¿de qué va esta película? Podría entenderse como una recreación, representación, “espacio virtual al que somos invitados” (como dice Antonio José Navarro en su análisis para Dirigido Por) plagado de evocaciones visuales de la realidad de una época. Y ya en un marco interpretativo (sugestivo) el film de Haneke sería una tesis sobre el mal y sus raíces (¿resulta el mal algo inherente al ser o, por el contrario, producto de agentes externos que provocan sometimiento, rabia, dolor y humillación contenidos?), sobre una época marcada por una moral represiva en la que los valores adquieren un carácter absoluto que, una vez interiorizado, puede conducir a la inhumanidad y al terrorismo. La mano derecha de Dios era el título esperado para un film en el que los ideales pervertidos se aplicarían, conduciendo al castigo.

Violencia a fin de cuentas. Sin matices, sin piedad. El dolor, la rabia y la humillación permanecen ocultos en todos aquellos que se encuentran sometidos a la violencia moral. Violencia que “sentimos” como un hilo gélido, afilado en la distancia. Planteamiento sobrio que, dependiendo del gusto particular (de nuestra subjetividad), puede “emocionar” o disgustar. Si emociona, percibiremos cierto trasfondo emocional en el film (que lo hará más cercano), si no emociona, es posible que pensemos que el film es demasiado sobrio, distante y largo, y que adolece de un formalismo rígido que lo reduce a una mera exposición de vacío existencial podrido de impotencia y miedo. Estéril.

En mi caso, ni lo uno ni lo otro. La cinta blanca no es un film que pretenda emocionar sino tan sólo revelar desde lejos. La extrema sobriedad de las imágenes y el calculado ritmo que marcan tiempo y espacio no permiten vínculo alguno. Y esto último es importante: una estrella, aunque lejana, brilla… se exhibe a la desesperada y sin vergüenza, arroja un suspiro, el último suspiro. Pero cuando hay un ritmo marcado, un propio acontecer de sucesos al margen del nuestro, lo que allí ocurre se mide a sí mismo, sin nuestra interferencia. Parece como si sobráramos. Ni siquiera la voz en off ayuda, aunque para algunos pueda constituir un nexo necesario entre nosotros y aquello, marcando así cierta tensión emocional. Esta voz en off, tan sólo es un hilo que marca el argumento, algo que nos ayuda a ver e intentar comprender. Pero siendo estrictos, sobraría. Y todo esto, sin embargo, me resulta sugerente en sí mismo, debido a su temática (aquello que ilustra) y estética (la forma en la que aquello es ilustrado). La tensión y el miedo no pueden expresarse de forma más impecable, con la severidad del blanco y negro, la rigidez formal de los planos, la tensión contenida que provocan, la medida de esta tensión que no llega a emocionar sino tan sólo insinuar un profundo malestar que parece perderse en la abstracción, en la distancia… A un paso se queda este film del verdadero arte. Arte que surge de una agitación, de una pasión, de una obsesión innegable en personajes como Dreyer y, quizás, Bergman, Pasollini… Arte que necesita exponerse sin vergüenza, como el final de una estrella. Pero no importa. Con la sublime elegancia me quedo. Y Haneke la tiene.

Para finalizar, tan solo decir que este post aprovecha gran parte de las ideas planteadas por Antonio José Navarro para la revista Dirigido por, y de la crítica que publica Tomás Fernández Valentí en su blog. He organizado una ensalada con todo ello a la que he añadido algún ingrediente propio.

Y, al hilo de ambos artículos, anotaré que La cinta blanca puede verse (y con esto recuerdo a Krakauer y su De Caligari a Hitler) e interpretarse como una metáfora de los orígenes del nazismo. En una línea que surge de cierta pretensión de “especificidad” del pueblo alemán y su sometimiento a una violencia social y religiosa que se halla oculta y contenida. Un sentimiento de inferioridad y una necesidad de justicia que provocarían, a fin de cuentas, una predisposición a la aceptación de esos ideales pervertidos de los que hablábamos: a las tesis totalitaristas del nacionalsocialismo. Pero - al igual que Valentí- pienso que existen otras sugerencias que (bajo mi punto de vista) son más interesantes y menos “espectaculares” que la eterna y artificiosa exuberancia con que se aliña el fenómeno nazi; en particular, el poder y el peso de los códigos de represión moral, la intolerancia, el abuso y la hipocresía llevada a tal término que el disfraz y la impostura parecen ser la única coraza que mantiene en pie a un individuo en realidad muerto y podrido por dentro (quizás habitado por un homúnculo extraño).

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