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Mostrando entradas de noviembre, 2010

Pleonasmos (?)

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Me joroba porque el artículo en cuestión, no sé por qué, no está en la red… Se titula Arte con fecha de caducidad y aparece en ABCD (número 972). El texto anuncia la muestra colectiva “ On & On ” (dicho así, parece que se han reunido los artistas para hacer algo juntos cuando no son los artistas sino los comisarios los que eligen un grupo de obras para montar una expo sobre “Arte efímero” en este caso, o “Arte explosivo” en cualquier otro…), en La Casa Encendida de Madrid. Y me ha hecho gracia el inicio, solamente, ya que no he leído más. Dice así: “Arte efímero” quizás sea un pleonasmo. Al fin y al cabo, si nos ponemos metafísicos, qué arte -o qué, a secas- no lo es. Todo es cuestión de perspectiva o de escala. Desde el punto de vista adecuado, las esculturas en polvo de Marcel Duchamp no son mucho menos duraderas que los mármoles de Miguel Ángel. Ni ninguno de ellos mucho más que aquella famosa escultura de hielo que Piero de Médicis le encargó para aprovechar la nieve acumulada

Así nos vemos y así nos ven.

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Sí, lo sé. Esta imagen está más vista que el TBO . Que toda la historia del TBO (supongo). Efectivamente, en la actualidad, dos semanas (o dos días) sirven para duplicar o triplicar, o qué se yo… las miradas que caerían sobre una antigua imagen del TBO. A la tirada (unos 150.000 hace 35 años?) habría que añadir el manoseo. Amigos, vecinos y desconocidos resobaban un tebeo que solía terminar en un puesto callejero para ser cambiado por novedades más o menos trilladas y para, cómo no, ser más sobado. La imagen se multiplicaba así; entre tinta, manos y memoria. Memoria que, por otro lado, resulta completamente ajena para un individuo de 18 años. Así que… ¿qué pueden ofrecer hoy a un joven estudiante de arte obras como aquella del “visionario” Walter Benjamin La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica ? Mucho o nada. Y tal y como creo que se diseñan algunos programas universitarios, más nada que mucho. El resultado: un cocido que, además de indigesto, atonta, amuerma y rep

Armadale (Wilkie Collins, 1866).

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Página 1092… y se acabó el folletín. ¡Pedazo de folletín! Dios mío Wilkie Collins… ¡Qué feliz me haces! Si. Feliz. Página 1027… “El novelista inglés que entre en mi casa (no admitiré a ningún novelista extranjero) debe entender su oficio como lo entiende el lector inteligente de nuestros días. Debe saber que nuestro gusto moderno, más puro, nuestra moral moderna, más elevada, le obligan a hacer exactamente dos cosas cuando escribe un libro: todo lo que le pedimos es que ocasionalmente nos haga reír y que siempre nos haga sentir felices.” Wilkie Collins participa con cierta ironía (ya que lo hace a través de uno de los personajes más deleznables de la novela) … “en una polémica inglesa en la que estaba inmerso. Algunos autores sesudos rechazaban las novelas “sensacionalistas”, cuyos temas pasaban por el robo, las suplantaciones, los secuestros, los asesinatos, las dogras, la locura, etcétera; todo ello, en un ambiente doméstico o privado. Evidentemente, Armadale es un clásico de este gé