Ruido fluctuante. “Riña de gatos. Madrid 1936”, Eduardo Mendoza (Planeta, 2010)


Riña de gatos no es una novela histórica, ni una novela de policías, ni de espías, ni de acción. O es todo eso. Riña de gatos no es una comedia trágica, ni una trágica comedia, ni un sainete. O es todo eso. Riña de gatos no es una “novela de sofá”, no es una “forma honesta, civilizada e instructiva de entretenimiento”, no es un premio Planeta. O es todo eso. También puede, por qué no, "apelar a un tipo de interés que el lector actual no sienta". Difícil esto último, la verdad, sobre todo siendo Planeta.

Hay que ver cuántas cosas pueden decirse sobre un texto. Más desde que los “artistas”, “artesanos”, “creadores”, “seres supremos” (o como quieran llamarse), espectadores y, en definitiva, todas las personas relacionadas con el arte están obligados a ser “críticos” de sí mismos, de sus obras y de la musa, sistema, tendencia, cultura o momento histórico que las parió.

Paparruchas, digo yo. Y también me río (yo) -ya que nadie puede prohibirme hacerlo- de todo aquello. Con la risa insolente y penitente del que se pierde en conjeturas y sospechas. Rata nerviosa. Descansa ya en tu sillón.

Si, me gusta el sillón. Y las novelas de sillón o de sofá. Aunque nunca consigo encontrar un momento de sillón o de sofá, lo intento, lo imagino. Me remeneo y remoloneo. Me siento y me levanto. Me arropo y olvido el mando. Un mando cualquiera. El que sea. Y me río de esto de las novelas y los parajes de sus lectores, de los rincones y lugares en el tiempo, del aire, del viento, del momento y del movimiento.

Y del espacio que falta.

Perorata.

Si puede leerse a Kant en el metro, ¿por qué no a Mendoza?, y a Falukner, y a Wilkie Collins. Con Kant, o con Faulkner uno siente que está perdiendo un hilo en el viento y se molesta en atraparlo con esfuerzo, así que termina cansado, agotado, maltrecho… Tanto que me atrevería a decir que no hay que volver a leerlos. Pero a Mendoza…, Mendoza nos recuerda que el mundo entero es un sofá.

Como lectora (otros lectores no lo sé) lo único que busco de un libro es el “momento”. Un momento íntimamente vinculado a la libertad, a un chute que te saque de todo esto sin hacerte sentir mal el día después…

Riña de gatos es un librito que ha llegado a mis manos en momento extraño. Lo encontré de repente, buscando otra cosa, y me lo regalé a mí misma. Lo leí en estado convaleciente pero sin darme cuenta. Quiero decir que al terminarlo me sentí aliviada, pero no por terminarlo, me sentí con el diablo fuera del cuerpo. El libro no ha tenido nada que ver, o sí (quién sabe). Desde luego, si algo ha tenido que ver ha sido algo silencioso, como el efecto de una pastilla. Algo que te quita el dolor y no sabes cómo ni por qué. Me he dado cuenta, justo después de leerlo, de que estaba demasiado enganchada a los alucinógenos. Hasta ahora pensaba que leer ciertas cosas me sacaría del agujero y me haría sentir más libre. Pero no. La profundidad ha sido cada vez mayor y el oxígeno menor. Y no hay libertad sin oxígeno. Así que no voy a hablar mal de esta novela porque no me da la real gana. Mi otro yo -ese yonki- la hubiera puesto medio a caldo, pero no, pero no, ¡aparta de mí, Satanás!

Además, como dice Mendoza en una de las presentaciones de Riña de gatos: “un libro es una cosa muy trabajosa... yo creo que todos los aquí presentes han intentado escribir alguna vez un libro...hoy en día la gente no lee pero todo el mundo escribe...”, así que no tengo arrojo para soltar sapos y culebras sobre su novela y más siendo un Planeta. Bastante trabajo le habrá costado escribirla.

Yo he pasado un buen rato, la novela me ha enganchado, he tardado muy poquito en leerla, no me ha hecho pensar, y al día siguiente me he encontrado estupendamente. Y sigo estupendamente ¿Qué más puedo pedir?

El problema con Riña de Gatos es que todo (y parte de este todo es habitual en otras novelas de Mendoza) parece gratuito: los personajes (insípidos y, algunos de ellos, innecesarios), los cambios de tiempo verbal (tiempo predominantemente en pasado para, de repente, lanzarse al presente), las vueltas de un lado a otro de Madrid (incluso vía metro), las idas y venidas de palacio, el abuso de palabras en desuso, la locura leísta y laísta, el desternillante conjunto de nombres ingleses y españoles, etc… Y aún con todo esto, la trama intrigante y algo disparatada que rodea a un inocente inglés que viaja a Madrid los días previos al último encarcelamiento de Primo de Rivera (marzo, 1936) para valorar una obra oculta en los sótanos del palacio de Don Álvaro del Valle y Salamero, duque de la Igualada, consigue mantenernos en vilo durante algo más de 400 páginas a tamaño de letra espectacular. Desde que el pobre inglés pisa Madrid, la intriga y el disparate lo persiguen sin que él se de mucha cuenta de lo que está pasando. El sarcasmo y la ironía se adivinan, pero no llegan a florecer. Riña de gatos debería haber sido algo así como un esperpento cargado de expresión, pero no. La razón por la cual no es todo eso creo que está clara, pero siendo más "interesantes" digamos que se encuentra en la pintura española del siglo de oro y, en particular, en Velázquez.

Titulándose Riña de gatos, bien podría versar sobre alguno de los cuadros de Goya… Entonces el disparate hubiera mostrado un Mendoza menos atenuado, sin premio Planeta.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me gusta cuando escribes así. Ya lo sabes. Esta, también eres tú. Para mi, más tú que la yonki. Qué bonito relatas, querida. Mimi.
Vera Miles ha dicho que…
Tu si que sabes :-D

Besos, besos, besos...
Jamás leí crítica literaria tan sarcástica... Ja, ja, ja. ¡Eres genial!

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