Boceto de mirada triste. La Plaza de Santa Isabel.


Ahí va un merengue cromático.

La plaza de Santa Isabel registra la fatiga del tiempo. Pareciera estar poseída en invierno por un tono crepuscular, asomando la mañana en una promesa de sol que ya en su brote advierte despedida, un gesto de adiós precipitado. La luz marca su paso como el sonido de un tren que se aleja arrojando vacío, oscuridad y recuerdo. Se descubre la plaza en un adiós, en el preludio de un anochecer que se dilata, tensando sus cuerdas para atrapar la energía que escapa hasta romper y arrojar la noche.

Un incierto crepúsculo entinta la plaza y, a lo lejos, la admiración marcada en sangre que sesga la revuelta de la postmodernidad sobre el azul vahído de un cartel. No se tolera ese anuncio sobre el antiguo Hospital de San Carlos, no desde las vainas secas del Árbol de la seda y las Catalpas que bordean la antigua calle del Niño Perdido. Hoy más que nunca la plaza parece acoger sus gritos de dolor. El frío es intenso, las personas esperan distraídas frente al museo pero no hay fiesta, tan solo es la misa de un domingo cualquiera sin campanas.

La pequeña vestida de gris corre arriba y abajo por la plaza, buscando la franja de sol que en su marcha ha desaturado el amarillo, rojo y rosa de los globos del Pinnochio.

Comentarios

rh ha dicho que…
Precioso apunte. Me gusta ese rincón de Madrid, por un lado castizo, autóctono, por otro, un tanto límite, justo al lado de una gran encrucijada de caminos hacia el sur. Y el domingo por la mañana, esa fracción de tiempo que parece sacada del limbo.
Me gusta como lo has dibujado.
Vera Miles ha dicho que…
Gracias :-)

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