Para algunas cosas no sirven las hojas de reclamaciones, así que voy a quejarme aquí un buen rato sobre la especial relación de algunos vigilantes de museos con los niños. Tengo dos hijas de 11 y 9 años. Desde bien pequeñas han visitado museos porque a mí me gustaba el arte, así que me acompañaban. Siempre se han portado muy bien. No porque sean mis hijas sino porque siempre se han portado muy bien. En ARCO, en la Guggenheim, en el Louvre, en el Reina Sofía y en otros muchos. Han paseado por salas y más salas cargadas, a veces, de paciencia. Además, tienen una madre responsable. No porque sea yo y porque sea madre sino porque yo soy responsable y vigilo a mis hijas siempre. Hay un tema independiente al comportamiento y saber estar en el que no voy a entrar ahora: la relación de los niños con las obras de arte y su interacción con el espacio. Es algo digno de ver y experimentar. Pero en este mundo, tan paradójico, lejos de vivir y experimentar el arte lo sufri