Desentendiéndose del tiempo

LA MONTAÑA MÁGICA, THOMAS MANN

CAPÍTULO VII

Un paseo a la orilla del mar

¿Puede narrarse el tiempo, el tiempo en sí mismo, por sí mismo y como tal? No, esto sería en verdad una empresa absurda. Una narración en la que se dijera: “El tiempo transcurría, se esfumaba, el tiempo fluía” y así sucesivamente… Ningún hombre en su sano juicio consideraría algo así como un relato. Sería, poco más o menos, como si se pretendiese mantener febrilmente una única nota, o un único acorde durante una hora y eso se hiciera pasar por música. La narración se parece a la música en que se desarrolla en el tiempo, ”llena el tiempo de elementos con sentido”, lo “subdivide” y con ello crea la sensación de que “pasa algo”, por citar, con la piedad melancólica que se concede a las palabras de los difuntos, las expresiones que solía utilizar el buen Joachim: palabras que se llevó el viento hace ya mucho… de hecho, no sabemos si el lector es claramente consciente del tiempo a que se remontan. El tiempo es el elemento de la narración, como también es el elemento de la vida; está indisolublemente unido a ella, como a los cuerpos en el espacio. El tiempo es también un elemento de la música, que como tal mide y estructura el tiempo, lo convierte en algo precioso que se nos hace muy breve, en lo que, como ya se ha dicho, se asemeja a la narración, que igualmente (y a diferencia de la obra plástica, que se hace patente de una manera inmediata y sólo está unida al tiempo en tanto que es un cuerpo) no es más que una sucesión de elementos en el tiempo, pues es imposible presentarla de otro modo que no sea en forma de desarrollo y necesita recurrir al tiempo, incluso aunque intentase estar completa y cerrada en cada instante.

Estas son cosas evidentes. Pero no es menos obvio que existe una diferencia entre la narración y la música. El elemento temporal de la música no es más que un fragmento del tiempo humano y terrenal en el que ésta se vierte para exaltar y ennoblecer al hombre hasta un punto indescriptible. Por el contrario, la narración comprende dos tipos diferentes de tiempo. En primer lugar su propio tiempo, el tiempo musical y real que determina su desarrollo y su existencia; en segundo lugar, el tiempo de su contenido, que se presenta siempre en perspectiva, pudiendo ser la perspectiva tan sumamente distinta en cada caso que el tiempo imaginario de la narrativa puede desde coincidir por completo con su tiempo musical hasta estar a años luz de distancia uno de otro.

Una pieza musical titulada “Vals de los cinco minutos” dura cinco minutos. En eso y en nada más consiste su relación con el tiempo. Sin embargo, una narración que recogiese la acción desarrollada a lo largo de cinco minutos podría durar, a su vez – si describiese hasta el último detalle de dichos cinco minutos-, mil veces más; y al leerla se nos podría hacer corta, aunque fuese muy larga en relación con el tiempo de lo narrado o imaginado.

Por otra parte, también es muy posible lo contrario: que la duración de los acontecimientos narrados sea infinitamente mayor que la duración propia del relato que los presenta en extracto; decimos “en extracto” para subrayar el elemento ilusorio, o, hablando sin rodeos, el elemento enfermizo que se manifiesta en la narración es la medida en que, en tales casos, la narración se sirve de una especie de magia hermética y de perspectiva temporal sobrehumana para evocar determinadas circunstancias anormales y rayanas en lo suprasensible de la experiencia real. Se conocen, por ejemplo, anotaciones de fumadores de opio que, en el breve periodo bajo los efectos del estupefaciente, han vivido sueños que se extienden sobre diez, treinta o sesenta años, y que incluso rebasan todos los límites posibles de una experiencia humana del tiempo; sueños, por consiguiente, en los que el contenido rebasa con creces su propia duración y en los que se experimenta una increíble compresión de la experiencia del tiempo, una aceleración de imágenes tal que, como dice un consumidor de hachís, se tiene la sensación de que “el cerebro del hombre drogado funciona como un reloj al que se le dispara un resorte”.

Similar a nuestros sueños enajenados es el tratamiento del tiempo que puede hacer la narración, así “trata el tiempo”. Ahora bien, si puede “tratarlo”, está claro que el tiempo, que constituye un elemento del relato, igualmente puede convertirse en su objeto; y si sería ir demasiado lejos afirmar que se puede “narrar el tiempo”, después de todo, no constituye una empresa tan absurda como nos había parecido de entrada el querer evocar el tiempo en la narración, de manera que podría atribuirse un doble sentido, muy relacionado con el soñar, al término de “novela de nuestro tiempo”.

***
Ayer recordé que estoy olvidándome del tiempo y casi del espacio. 

Aprendí lo que es el estrés (nada que ver con lo que yo entendía por estrés) y otra cosa más. 

Me sentí bien al retomar La Montaña Mágica justo en este capítulo y recordar que hay otras personas que escriben y piensan a estos niveles tan poco eficientes desde un punto de vista material.

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