El luchador (The Wrestler, 2008), Darren Aronofsky. Poesía con anabolizantes.
Parece ser que El luchador viene con buenas críticas. Digo “parece” porque no he querido leer ninguna en la red. Tan sólo el apunte de Tomás Fernández Valentí, cómo no. Para un crítico de verdad que anda por la red (hasta en el Facebook lo tengo), mejor consultarle cuando “algo raro” ha sucedido. Tantos años leyendo sus críticas y dossieres en Dirigido por…, y ahora en el Facebook, consultando las “notas” que publica en “su” blog… Cómo ha cambiado el mundo. O no tanto. Diferentes comunidades tan solo. O no tanto. Diferentes lugares tan solo.
A lo que iba. Algo raro ha sucedido. Y Valentí me lo confirma, con sus sabias palabras, que no son las mías. Of course.
Algo raro ha sucedido, pensaba ayer: El guión es simple, la historia manida, la trama convencional. En en definitiva, es un guión simple. La historia de un perdedor… ¿O no? ¿Qué tiene de especial?
Como siempre, supongo, es el cómo lo que la hace especial. El director tiene un objetivo claro, y lo persigue con habilidad; esta habilidad conduce a una intimidad aplastante que se traduce, directamente, en pura poesía fílmica. Esa cámara en mano que tanto me molesta a veces (sobre todo cuando los dogmas la imponen como una cosa superoriginal que solo ellos hacen pero esto dilomuybajito y quenadieseentere…), “sigue” literalmente al protagonista… Hasta tal punto le sigue que “escucho” el pitido del audífono cuando se lo quita… Randy, tiene un audífono, y en un momento dado, se lo quita. Y yo escucho el pitido.
También oigo cómo la música que él escucha (la música que le acompaña) cesa, antes de su último combate, cuando se quita el audífono.
Esta narración, la historia de Randy “The Ram” Robinson, es poesía pura llena de anabolizantes. Me gusta mucho cuando la cámara, discretamente, construye finamente una narración. Me gusta el exceso de Aronofsky. Sin abalorios ni aspavientos pero pelín hortera. Lírica de andar por casa. De la fuerte. De la que me conmueve.
Randy y Cassidy no conmocionan a lo bruto. No hacen llorar. Paparruchas… Como digo, todo está detrás de la cámara. El guión es de lo más lamentable para las altas esferas de la sabiduría, casi tan lamentable como el famoso “no siento las piernas” de Rambo… Pero cuando hay ganas y sentido y sensibilidad y se hace cine… sale lo que sale. Otra vez: poesía. Otra vez: cine. Con mayúsculas.
Anoto, por si acaso, que a mí siempre me han gustado mucho las pelis (buenas) de boxeo. Es una herencia… a mi madre le gusta el boxeo. Pero volviendo a las pelis, no es difícil que me gustaran. Comencé con Fat City a los 13 o 14 años. Desde entonces respeto a John Huston, a Jeff Bridget y a Stacy Keach. Es una de las más hermosas pelis que he visto. Si. A continuación vino Toro Salvaje (Scorsese), ya en la adolescencia… Luego El beso del asesino (Kubrick), Marcado por el odio (Wise)…
Hay cierta “intimidad” en las pelis de boxeo. O quizás cierta intimidad que los directores que saben hacerlo “desean” transmitir. De eso hay mucho en El Luchador.
Comentarios
Un saludo.
Es estética, es arte, es poesía, es comunicación… plano material. Me temo que tú hablas de algo más espiritual que no entiendo (y en ese sentido planteas lo de “ganar”). No sé qué es la eternidad. Para mí no existe. Hace muchos años me di cuenta de que mi imaginación no da para tanto. Mi capacidad de abstracción se concentra en los conceptos y las cosas y los fenómenos que suceden entre las cosas. Nada más.
Por cierto olvidas Million Dollar Baby se me ponen los pelos como escarpias!!!
:-)