La información contenida en lo negativo y El gran cuaderno de Agota Kristof.

Ando leyendo a Agota Kristof. En particular El gran cuaderno; primera de las narraciones que aparecen en la trilogía recogida bajo el título Claus y Lucas. Y antes de seguir, me voy a parar para lanzar un comentario.

Dice Agota Kristof que no tiene ningún interés por la literatura, sino por narrar las cosas tal como son. Creo que escribió esta trilogía, sacó todo lo que llevaba dentro tal y como ella deseaba sacarlo y después escribió poco y mal, decidiendo abandonar cualquier tipo de actividad literaria. Algo así.

Me parece muy razonable y comparto su forma de pensar en relación a la literatura.

Yo no tengo ni idea de lo que es la literatura, y tampoco me importa demasiado, pero ando tan aburrida que me he apuntado a un curso de creación literaria. Gracias a este curso estoy leyendo a Agota Kristof. Nunca se sabe el camino que lleva a un libro, nunca. Yo, al menos, no lo sé nunca. Ni controlo el deseo que me mueve, ni las ganas. Puede que me recomienden un libro y, precisamente por esa razón, no leerlo. Casi siempre son los libros los que llegan a mí por azar y mi deseo también se activa por azar.

No me gusta que me digan cómo tengo que escribir. No. Pero si que me gusta que me lancen guantazos de vez en cuando, que me agiten la cabeza, que me metan un poco de miedo. Más que gustarme esto último, lo necesito. Qué le vamos a hacer.

Yo escribo como me viene en gana, y escribo para mí. No me gusta tener que analizar un texto cuando lo leo, ni pensar que soy gilipollas si no lo analizo cuando lo leo. No. Me gusta leer y ver cine en piloto automático, sin pensar, sin intentar desentrañar el mecanismo a través del cual el autor ha conseguido emocionarme. Por eso hay libros y pelis que no me gustan, porque el mecanismo salta solo y me aburro. Sin embargo con todas aquellas obras en las que no salta, me dejo llevar, y no me gusta tener que pararme a “analizar”.

Tampoco me gusta pensar en quién me está leyendo. No. En los cursos de literatura siempre te dicen cosas raras: que tiene que haber un personaje, que tiene que haber un cambio, que tiene que haber un climax, un desenlace, contención, ritmo, expresión, lo que sea… No me interesa salvo cuando me interesa.

Miento. Sí que pienso en el lector. Mi lector está recibiendo un correo mío. Mi lector está conversando conmigo. Bueno, conversar sería mucho pedir, en general no hay respuesta, pero así es la cosa…

Y sigo mintiendo porque a veces, necesito escribir como me ordenan, no como me viene en gana. A veces hay que salir de uno mismo y verse a través de ojos ajenos. Duele, pero cura otros dolores o aumenta el dolor... el caso es que sufriendo dolor se aprende a soportarlo. Quiero creer.

Los dos gemelos que protagonizan el largo episodio titulado El gran cuaderno se entrenan. Se entrenan en el dolor, en el silencio, en el hambre, en las afrentas. Son dos animales, dos organismos que luchan por sobrevivir en un medio agresivo. Agresivo entre comillas…

Los dos gemelos escriben un diario de episodios cortos y concretos, con un lenguaje sintético, objetivo, seguro… Si. Ellos mismos analizan el sentido de aquellas palabras que definen sentimientos, palabras vagas que no llevan a ningún lado.

Los valores, los absolutos, las abstracciones, lo impreciso, lo leve, se pierde en el aire. Este largo episodio en la vida de dos niños muy inteligentes (pero mucho) se escribe en un presente indicativo, sin condiciones, sin continuidades, sin previsiones. Sin sentimientos y con ellos. Quiero decir, con impresiones que no llegan a transformarse en emociones, sin huellas ni efectos visibles. El lenguaje es puramente enunciativo, diría en mi clase… pero en mi interior dudo que esté carente de expresión. A veces creemos que para expresar algo hacen falta florituras, retóricas, palabras complejas o cargadas de música y no. No hace falta nada de eso. Dos frases concretas bien encadenadas, con el ritmo preciso que marca esa actitud del que observa con frialdad lo que está sucediendo, dicen mucho más. Lo negativo, lo doloroso, lo expuesto tal cual en su desnudez siempre dice mucho más que lo positivo y biensonante que se oculta tras diferentes tipos de velos. Está demostrado, las palabras negativas tienen más información que las positivas. Pero no hace falta recurrir a estudios científicos, en el caso del texto de Kristof funciona. Y de qué manera.

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