¡Alerta, un niño en el museo!


Para algunas cosas no sirven las hojas de reclamaciones, así que voy a quejarme aquí un buen rato sobre la especial relación de algunos vigilantes de museos con los niños.

Tengo dos hijas de 11 y 9 años. Desde bien pequeñas han visitado museos porque a mí me gustaba el arte, así que me acompañaban. Siempre se han portado muy bien. No porque sean mis hijas sino porque siempre se han portado muy bien. En ARCO, en la Guggenheim, en el Louvre, en el Reina Sofía y en otros muchos. Han paseado por salas y más salas cargadas, a veces, de paciencia. Además, tienen una madre responsable. No porque sea yo y porque sea madre sino porque yo soy responsable y vigilo a mis hijas siempre.

Hay un tema independiente al comportamiento y saber estar en el que no voy a entrar ahora: la relación de los niños con las obras de arte y su interacción con el espacio. Es algo digno de ver y experimentar. Pero en este mundo, tan paradójico, lejos de vivir y experimentar el arte lo sufrimos más que la etiqueta en un desfile del ejército o en un velatorio.

Hay que mostrar más solemnidad en un museo que en una misa.

Pero no es este el tema. Aunque no esté de acuerdo con la estupidez de los museos, lo respeto, igual que una misa. Me comporto, guardo silencio y mantengo las distancias no vaya a ser que mi aliento descomponga el aura de la obra.  

El hecho que quiero denunciar descansa en los prejuicios. Si hay algo que me molesta es la generalización apresurada o inapropiada, la inferencia de conclusiones a partir de pruebas insuficientes, las falacias por asociación o como se llamen (no soy experta).

Expongo el hecho: vigilante de museo (no voy a añadir “medio dormido” porque entonces estaría yo misma lanzando prejuicios) avista “niños” y en su cerebro se activa una “alerta”. Desde ese momento persigue a los niños y les increpa hasta por llevarse la mano a la oreja. Bien, los padres estamos acostumbrados a esto. Yo estoy acostumbrada a esta actitud y por ello, mantengo a mis hijas cerca de mí. He soportado todo tipo de “chuminadas” pero hoy, la gota ha colmado el vaso.

CaixaForum. Visita a la exposición de Méliès. Entramos y en una de las primeras salas girando a la derecha mostraban el film “Viaje a la luna”. Mis hijas, como tantas otras veces y por indicación mía, se han sentado en el suelo para ver la película ya que los 20 asientos estaban ocupados. Un buen grupo de personas permanecían en pie alrededor para ver el film. Inmediatamente un vigilante ha levantado a las niñas del suelo para que dejaran “el paso libre”. Nada que decir a los adultos que pululaban en pie por los laterales. Seguidamente hemos girado a la izquierda y he visto una foto. Inmediatamente ha venido mi hija pequeña a decirme que una señora le ha llamado la atención por mover el paraguas (hoy llovía y mis hijas llevaban paraguas). Hemos continuado y unos 20 segundos después he pillado a otra vigilante llamando la atención de mi hija pequeña por el dichoso paraguas. Inmediatamente le he preguntado a la señora qué sucedía, mi hija iba detrás de mí y yo no había notado nada y era la tercera vez en menos de dos minutos que la incordiaban. “Es que estaba moviendo el paraguas, me responde”. Yo le he comentado que la niña no estaba molestando y que no consideraba que el movimiento al andar del paraguas molestara a nadie ni supusiera amenaza para nada de lo que allí había (huelga decir que la niña no estaba usando el paraguas como D'artagnan). La señora insistía en que mi hija estaba haciendo malabares con el paraguas y me ha encendido: “mire usted, no hace ni dos minutos que hemos entrado y mis hijas han sido acosadas desde el inicio”. La señora nerviosa solo tiene una idea, la niña estaba haciendo malabares con el paraguas. Yo no he querido utilizar mis prejuicios y decirle que estoy hasta los higuillos de que persigan a los niños y les llamen la atención hasta por respirar en una sala en la que no entraba ni un alma más. Tan solo he insistido en que consideraba que se estaban excediendo en sus funciones y que estaban acosando a las niñas. La señora, ha decidido llamar a seguridad por el pinganillo que lleva en la mano como si quisiera confirmar no sé qué cosa. Llega su superior, la vigilante cuenta su movida, yo sigo quejándome de acoso y el superior mira con cara de póker a la vigilante ya fuera de sí como diciendo “ande te estás metiendo Manoli”…  Mira a mis hijas, nos mira a nosotros y sigue con cara de poker mirando a Manoli. Como yo no paraba de hablar y de decir que esto era una vergüenza y una falta de respeto la señora ha vuelto a llamar al equipo de seguridad ante la mirada de póker del superior. En ese momento he dicho, “no tengo más que decir” y me he largado a poner una reclamación.

Mi marido, que ha permanecido con las niñas en la expo me ha comentado después que el equipo de seguridad llegó y preguntó con cara de póker qué coños sucedía. ¿Nada?

Pues eso. Sin más. Espero que esta señora regrese a su casa satisfecha por haber hecho tan bien su trabajo una tarde de Sábado. 

Añado que sería injusto decir que "todos" los vigilantes son así. Ni de coña. He tenido experiencias increíbles con gente amabilísima que, muy al contrario, ha interactuado con las niñas muy positivamente de forma voluntaria. Otros, tan solo han hecho su trabajo y no han molestado a las crías sin motivo.

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