El último Tiziano

La pintura de la época tardía de Tiziano Vecellio fue la protagonista de la exposición “El Tiziano tardío y la sensualidad de la pintura” a finales del pasado año en Viena. Y ahora está en Venecia, prorrogada hasta el 4 de Mayo… Así que, una vez más, solicito a todo el que pueda escaparse durante el puente, que la visite, y me envíe una suculenta crónica. Información aquí.

Ya sólo el título es nutritivo, porque Tiziano, joven o viejo, resulta siempre sensual. Decía Norman Bryson en “Visión y pintura” (Alianza 1991 – libro descatalogadísimo que poseo en mi biblioteca, ja, ja) que la validez del término “realismo” necesitaba ser relativizada, ya que sería más exacto decir que el “realismo” consiste en la coincidencia entre una representación y lo que una determinada sociedad propone y supone como su realidad: “una realidad que implica un complejo agregado de códigos de comportamiento, leyes, psicologías, usos sociales, modas, gestos, actitudes, todas aquellas normas prácticas que gobiernan la instalación del ser humano en su particular entorno histórico. En relación con ese cuerpo de códigos determinado por la sociedad, y no en relación con una “experiencia visual universal” inmutable, habría que entender el realismo de una imagen”.

Lo decía; cuanta razón tenía, y cuanto me duele a mí la razón que tenía. Pero yo (que soy muy tozuda) pienso que si bien el término “realismo” -desde un punto de vista materialista como el de Bryson- debe ser relativizado, el término “sensualidad” es tan universal como el sexo. Y vendrá alguien a decirme que el sexo no es lo mismo para todos los pueblos y culturas, y que lo sensual tampoco. Y diré yo: totalmente de acuerdo, pero eliminando la mierdología cultural e individual, el sexo y lo sensual están íntimamente ligados a “mi” organismo que es también el “tuyo” y el de “aquel”. Aquí puede venir cualquier filósofo o político a decirme que lo real no es esto sino lo otro… “Real” es una palabra como “Bien”, “Mal”, “Destino”… absolutamente manipulable. Pero “Sexo”, “Orgasmo”, “Sensualidad”, “Hambre”, no lo son tanto… más bien no lo son en absoluto.

Volviendo a Tiziano, “Deshacerse” es otra palabra que bien puede no estar sujeta a ningún tipo de relativismo. A veces, la pintura de Tiziano parece deshacerse. Lo hace de forma explícita en la Piedad, su última obra. Otras veces, debemos deshacer su pintura con la “mirada”, algo que va mucho más allá del “vistazo” del que nos vuelve a hablar Bryson. Obras como Baco y Ariadna, cristalizan momentos y movimientos, y exigen una “mirada”; están pobladas de cuerpos y gestos congelados en puntos que la visión normal es incapaz de inmovilizar, que no pueden nunca ser vistos por el vistazo.

Y para terminar, un ejemplo de vistazo: la pintura de Chu Jan… El paisaje es inmóvil, y todo el movimiento reside en el pincel… el flujo se representa en la fluencia de sus tintas sobre la seda. Sin embargo en las pinturas de Occidente, la maestría consistía en encubrir los movimientos de la mano que han dado el ser. El proceso ha sido eliminado de la pintura: la pincelada no existe por sí misma, sino para transmitir la percepción que supuestamente la precede; el óleo no existe, salvo para borrar su propia obra…

Dicho esto, no sé muy bien lo que he dicho. O si. Pero bueno. Esto es ante todo un ejemplo de cómo se debe escribir sobre arte. Vamos, que si digo o no digo algo o nada, da igual… pero queda de un bonito e intelectual que te cagas. Y eso que no he metido aquí nada sobre momentos aorísticos y la imagen como eídolon. Vuelto a decir esto, digo que Bryson me encanta. Tiene un librito llamado “Tradición y deseo. De Ingres a Delacroix” que consiguió que me enamorara perdidamente de Ingres. Supongo que me transmitió sus “sentimientos y emociones”, aunque bien se cubrió él transformándolos en lógica de miradas y otras cosas suculentamente intelectuales. Me cae bien Bryson porque, por ejemplo, intenta cargarse la concepción estructuralista o saussuriana del signo, reconociendo que la pintura de Occidente manipula el signo de manera que esconda su condición de tal signo. Este ocultamiento es lo que se explora con el temita de la “mirada y el vistazo”. También se carga a Gombrich, porque Bryson no habla de un espectador “dado” e inmutable como la anatomía de la visión que suprimiría la “historia” y consecuentemente la posibilidad de una “historia del arte”. Más bien intenta decir que en el acto de reconocimiento que la pintura galvaniza el significado es producido, más que percibido. La actividad del espectador es la de transformar el material de la pintura en significados, y esa transformación es perpetua: nada puede detenerla.

“El espectador es un intérprete, y el asunto es que puesto que la interpretación cambia conforme cambia la realidad, la historia del arte no puede pretender un conocimiento definitivo o absoluto de su objeto”. La historia del arte, debería admitir su carácter provisional y con esto quizás, sentar las bases de una nueva disciplina.



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