Arte y enfermedad: Melancolía I

“Con el codo apoyado en la rodilla y el mentón en la mano, sueñas tristemente con el pobre destino del hombre: que la vida es bien amarga para lo poco que dura, que la ciencia es vana y el arte quimera; que Cristo dejó mucha hiel en la esponja, y no todo son flores en el camino del cielo. Y, con el alma llena de amargura y hastío, te has pintado, ¡oh Durero!, en tu Melancolía; y tu genio lloroso, apiadado de ti, te ha personificado en su creación. Yo no conozco en el mundo nada más admirable, más colmado de ensueño y de dolor profundo, que ese gran ángel sentado, con el ala plegada a la espalda, en la inmovilidad del reposo más absoluto. Su austero vestido se prolonga misterioso hasta su pie, su frente está coronada de apio silvestre y nenúfar. … Y su mano oprime la sien convulsivamente, y a su alrededor se esparcen mil objetos en desorden. … Ha tocado el fondo de todo saber humano. … Así es como Durero, el gran maestro alemán, filosófica y simbólicamente, nos ha representado, en ese dibujo extraño, el sueño de su corazón bajo figura de ángel.” (Théophile Gautier)


Ando leyendo estos días La montaña mágica, de Thomas Mann. Es una pequeña biblia de 1045 páginas bastante finitas y con letra minúscula, y habla sobre el tiempo, o se centra en el tiempo, o es el tiempo. Llevo un par de meses con ella (creo, porque quizás me olvidé del momento en el que comencé la lectura) y camino por la página 324… y ahí sigo.

Thomas Mann, dicen, centró su atención en la conflictiva relación entre el arte y la vida. Al menos, eso refleja claramente La muerte en Venecia. Obra de reflexión sobre la belleza y el impacto que produce en un hombre enfermo; enfermo de amor y de vida y de enfermedad.

La montaña mágica transcurre en un sanatorio para tuberculosos, o enfermos de “algo” vinculado al tórax, a los pulmones y el corazón. La cabeza dirige los humores de alguno de los protagonistas, una cabeza pendiente de los pulmones, el aire, el frío y el calor, una cabeza pendiente del corazón y del deseo.

Creo que la novela comienza en el solsticio de verano, pero rápidamente uno comienza a sentir el frío y la necesidad de arroparse en una manta, como una croqueta. De solsticio en solsticio, sin término medio, sin equinoccios.

Los diarios personales de Mann, hechos públicos en 1975, revelan su lucha interna contra una homosexualidad siempre latente. Eso dicen. Y lo que a mí me interesa de este asunto son los conceptos de “contrario” y “latente”. Lo oculto y escondido puede manifestarse como enfermedad. En el caso de Aschenbach (La muerte en Venecia), no sabemos si enferma de peste o de amor imposible (por el joven Tadzio). En el caso del también joven Hans Castorp (cuya historia nos cuenta Mann en La montaña mágica) la enfermedad aparece íntimamente vinculada a un sentimiento de rechazo: Castorp está enamorado de la joven Madame Chauchat (de clase y modales inferiores a los suyos, de vida diferente a la suya, de estado diferente al suyo) algo que, ni por asomo, se plantea. Únicamente se fija en ella por sus terribles modales, se fija en ella hasta la saciedad, obsesiva y apasionadamente, con ánimo de crítica, con amor latente que se manifiesta en una subida de temperatura, en una adaptación lenta y silenciosa a ese nuevo territorio que no es el suyo, el hospital, el lugar donde ella se encuentra.

Algunos párrafos que relatan el juego de miradas y movimientos de ambos jóvenes deberían enmarcarse y colocarse junto a la Pietá de Miguel Angel; no vaya a olvidársenos de repente lo que es la belleza.

“¿Bajo que forma y qué máscara reaparece, pues, el amor no admitido y reprimido?, pregunta en doctor Krokovski” en la página 184… “Bajo la forma de enfermedad”. Y prosigue el narrador: “El síntoma de la enfermedad era el reflejo de una actividad amorosa reprimida, toda enfermedad es una metamorfosis del amor”.

Hermosa frase, pelín falsa (científicamente hablando), pero hermosa. En realidad, la enfermedad acampa donde quiere y como quiere, pero si que es cierto que los “humores”, aquello que manejaban los filósofos y físicos de las civilizaciones griega y romana, servían para describir tanto el estado físico como el anímico o psíquico y de los cuatro elementos que componían a los hombres y todo lo demás (tierra, aire, fuego y agua para los pitagóricos), podíamos tener más carga de unos que de otros, componiéndose entonces 4 tipos de caracteres o humores: bilis negra, bilis, flema y sangre.

“Hay, en efecto, cuatro humores en el hombre, que imitan a los diversos elementos; aumentan en diversas estaciones, reinan en diversas edades. La sangre imita al aire, aumenta en primavera, reina en la infancia. La bilis (amarilla) imita al fuego, aumenta en verano, reina en la adolescencia. La melancolía imita a la tierra, aumenta en otoño, reina en la madurez. La flema imita al agua, aumenta en invierno, reina en la senectud. Cuando no se apartan ni por más ni por menos de su justa medida, entonces el hombre está en todo su vigor”. (Anónimo. De mundi constitucione.)

La bilis negra, la melancolía, podía bien prevalecer en algunas personas, provocando un carácter sombrío. El carácter abatido, soñoliento y depresivo, es el que muestran muchos artistas (aunque no se consideren artistas)… eso que en el léxico cristiano se denominaría “pereza”.

Demócrito, al que sus compatriotas consideraban enfermo de locura, fue atendido por Hipócrates, previa petición de los compatriotas. Este loco presentaba cuatro síntomas: ideas extrañas, insomnio, vida solitaria, risa per­manente. Hipócrates se encontró con un hombre sano que, como mucho, podía padecer la típica melancolía de los intelectuales, artistas, poetas y políticos. Las mentes fuera de lo común tenían por irrisorios los asuntos humanos, de modo que necesitaban aislarse en soledad. Deseaban estar libres de perturba­ciones y vivir en quieta paz. Hipócrates encontró a Demócrito disecando animales para encontrar la fuente de la melancolía. Tras haber obtenido de él la razón de su risa, Hipócrates quedó convencido de que era Demócrito el cuerdo en un mundo de locos. Dentro de este contexto aparece la idea de que “el mundo está enfermo sin saberlo”, y que “se hace de la tierra, nuestra madre, una tierra enemiga”.

Todo esto, por supuesto, es muy artístico, muy subjetivo y muy filosófico. Cualquiera que tenga un cáncer terminal me diría “nena, tú estás gilipollas”, pero queridos míos, no estamos hablando de eso sino de “ese” por qué coños estamos amargados e inquietos sin razón aparente. Y bien puede ser esto una enfermedad de occidente, claro que sí, pero existir (desde los griegos… y quizás desde antes, aunque no lo sepamos) existe.

Así que directamente y a capón, paso de Thomas Mann (al que dejo descansar, de momento) a Klibansky y Panofsky y su archifamoso y conocido (si, es cierto) estudio Saturno y la melancolía. Típico trabajo de toda una vida en el que colaboraron realmente tres hombres, los mencionados y uno más, Fritz Saxl. A dos de ellos les pilló la muerte por medio, una guerra… una vida… Fue Klibansky el que cerró el chiringuito y le dio forma.

Y todo comienza con el grabado de Alberto Durero “Melancolía I” que aparece al inicio del post (y el comentario de Gautier).

Aquí dejo otros dos (con sus links a la lengua original… el de Gautier no lo he encontrado). Para ir entrando en calor…

“La melancolía, pensando en ese misterio que hace que en este mundo todo se retorne a la nada, y que en ninguna parte haya monumento duradero, y que nuestros pies tropiecen por doquier en un cementerio, se dice: “Ah, puesto que todo ha de ser aniquilado, ¿de qué sirve crear y construir sin descanso?”” (Henri Cazalis)

“Sentir que toda lucha acaba en derrota, porque el Destino no guarda ningún premio para coronar el éxito; que rodos los oráculos callan o engañan, porque no tienen ningún secreto que expresar; que nadie puede romper el vasto, incierto y liso velo, porque no hay luz alguna al otro lado de la cortina: que todo es vanidad y nada.” (James Thomson)(64-70)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Nines, sin palabras. Tus dos entradas: TÚ EN ESTADO PURO. Un gran regalo de cumpleaños que nos has hecho a los demás.
Sigue exprimiéndote y adoctrinándonos. FELICIDADES!!!!
intinet ha dicho que…
Y, sin más, decido autorealizarme el test de Voigt-Kampff para constatar científicamente que mis reacciones emocionales ante varias de las verdades aquí encontradas producían cambios capilares y movimientos notables en mis músculos oculares...

Siendo la muerte un hecho que puede hacernos sucumbir en la más "eterna" melancolía es, no obstante, la que permite encontrar belleza en lo banal y cotidiano.

Queriendo admitir que toda enfermedad es una metamorfosis de amor tal vez sea dar menor valor a la enfermedad o al amor, poniendo en evidencia una falacia, como bien dices, falsa pero hermosa.

Sí, creo más en la aserción de que el mundo está enfermo sin saberlo y que ser cuerdo en un mundo de locos exima de verdad la realidad circundante.

Aunque esperemos no tener que aislarnos del todo para compartir nuestra bilis negra. Sin ese humor es imposible detectar lo bello de la tiera...

- menos mal, mi reacciones empáticas indican que no soy un androide -

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