Apuntes sobre arte II


Hace unos días cerré el post “Visiones extrañas” con este comentario:

“Fotografías, y no pinturas y dibujos (que los hay). ¿Por qué? porque los dibujos y las pinturas tienen un problema con el tiempo, en particular con el instante que a veces nos sorprende y nos conmueve. La foto roba ese instante y la pintura debe, en esencia, recrearse en él… construir toda una teoría poética a su alrededor, hecha pincelada o trazo”.

Y me pidieron que profundizara (supongo) en esa relación entre el tiempo y dos singularidades como son el acto de fotografiar y el de pintar (que producen dos objetos/imágenes diferentes: una foto, una pintura).

Primero, incluiré el párrafo final de ese post, que es muy importante para entender lo que quería decir con él; que por otro lado, es bien simple: “Entre tanta retórica, se pierde el impacto de un rostro viejo o nuevo. No ocurre esto con los saqueos de Avedon. Un auténtico ladrón de impulsos vitales del retratado, no del artista”.

La Fotografía, necesariamente, es fugaz, breve, transitoria, temporal… Es un registro instantáneo de tiempo y tiene, por lo tanto, un problema de fidelidad. Cualquier imagen sobreexpuesta es negra (perdón, blanca…), demasiados instantes que registrar. Demasiada información.

La Pintura, muy al contrario, se prolonga en el tiempo. La profundidad que adquiere se pierde en infinitos detalles que poco tienen que ver con un “registro” fiel de luz procedente del objeto representado. El momento pictórico tal vez tenga que ver más con el que representa que con lo representado.

El artista, con bastante frecuencia, se siente agredido por un objeto específico, o un fenómeno, y desea registrar esa agresión. Desea registrar algo que tiene que ver casi más con él mismo que con lo que tiene enfrente. No hay “concepto” si no. No hay nada que expresar si no. Esa parte, nos corresponde. Por muy inocente que deseemos que sea nuestro mirar. Existe una expresa necesidad poética de marcar ese momento dado, el instante, de dejar esa huella. Una lesión de dolor, un impacto de alegría, un deseo infinito, la profundidad de una pena, el miedo absoluto… Creo que es aquí, en este preciso instante donde la pintura puede perder foco. Su lenguaje es demasiado persuasivo, tenaz. La foto registra en décimas de segundo una multitud de aspectos de la realidad, todos al mismo tiempo. Un tiempo que ni siquiera corresponde a un mirar… La pintura se compone de infinidad de estos registros, uno sobre otro en el tiempo, impulsos vitales del artista que dependen de lo visto… del cambio constante… Nada que ver.

Un ejemplo de la dificultad que encuentra la Pintura a la hora de “robar” instantes de realidad es todo el arte impresionista. Ni en sus mejores momentos (Seurat, Cezanne) consigue tener mucho que ver con la realidad… Cezanne pinta millones de veces la Montaña de Santa Victoria, y Seurat descompone la luz hasta el punto… Ambos hacen ejercicios de abstracción. Ambos rozan más lo ideal que lo real. Pero no. Ambos pintan como científicos. Eso es lo que pasa. Y la ciencia y el deseo, tienen una relación especial.

Cezanne


Seurat. Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (detalle).


La fotografía, sin embargo, ha vencido el tiempo. El que marca un reloj… Ese del que “todos” creemos depender. Las sales de plata atrapan lo inmediato (y los sensores CCD). Un “ahora y nunca” que tiene su momento estético, igual que lo tiene el “ahora y siempre” del que hablan los vendedores de eternidad…. Todos ellos son conceptos estéticamente interesantes, y tienen casi el mismo valor. Lo inmediato, el ahora, no es más que un punto vacío que no es ni antes ni después; indica la no permanencia, el gesto. Casi el no ser y, al mismo tiempo la esencia del mismo ser. Porque la razón nos indica que ese puñetero instante es la materialización de la nada misma: “nada permanece”, pensamos. Y nuestro deseo, al mismo tiempo, provoca un impacto bien hondo en el corazón y el cerebelo, en el cuerpo mismo y cada resto de carne, una punzada limpia que nos hace sentir mucho -demasiado- en tan poco tiempo. Ser y deseo de atrapar ese ser en las cosas, en uno mismo... Deseo puro quizás que nos hace querer atrapar ese momento, esa visión. Así somos de chulos. Esos impactos inmediatos que duelen como balas, segundos sin vuelta atrás, queremos atraparlos.

La fotografía se apodera de “ese” tiempo; lo roba… por eso hablo del “saqueo” de Avedon. Sus fotos me hacen pensar que el instante del que puede hablar la literatura o la pintura, es más el de “uno mismo”, no el de “lo visto”. Si quiero hablar sobre mí mismo, necesito la literatura y la pintura; no la fotografía. ¿Qué me dice más de un ser que no está, su fotografía, un relato que le describe?: La foto. Porque la foto nos dice lo más importante que hay que decir de esa persona "que no está ni va a estar nunca más", y lo dice mejor que cualquier otra cosa. Duele y duele más el recuerdo que activa. Quizás la poesía pueda representar ese dolor (vacío, ausencia), pero no un relato o un cuadro. Mejor dicho, el relato podría (aunque bien complejo sería y probablemente terminara transformándose en otra cosa), la pintura, ni de coña (salvo que caiga en una abstracción extrema). Todos ellos pueden representar el dolor, pero sólo la foto es capaz de producir el impacto frío y, de inmediato, una ansiedad que nos ahoga, activándose el recuerdo del olor de su carne, del calor de su mirada... La foto nos raja, plantándonos en la cara esa puñetera ausencia. La poesía, la pintura, la escritura solamente pueden explicar lo que sucede.

Los instantes que registra Avedon (los rostros de la gente, su mirar, esa apariencia), en la realidad, se nos escapan. Pero el daño que pueden producir es infinito e irreversible… hasta donde llega nuestro pobre cuerpo. Hasta la muerte. Y por eso, necesitamos atraparlos, sin perder demasiado tiempo.

La foto se apodera de la magnitud. Sin embargo nada puede hacer para atrapar ese otro ente fundamental, abstracto y filosófico: “el tiempo”.

El tiempo, o el espacio, o el todo y la nada, el vacío y la plenitud al mismo tiempo… son cosas difíciles de expresar. Thomas Mann lo hace bien en La montaña mágica… pero como lo haría un pintor chino… Dicen que los antiguos pintores chinos (dinastías Song, Tang…), fueron capaces de permanecer mucho tiempo observando la naturaleza, tanto como para luego alcanzarla en un trazo… Ja, ja… Serían como fotógrafos de lo vivo (de vida, mejor dicho)… Entrenaban la mente, el brazo y la mano para que fueran un todo que, justo en el momento preciso, imitara el “gesto” vital del "moverse" de la montaña o paisaje. Pero ese gesto, resulta bien abstracto a nuestros ojos occidentales… Es un concepto, además, muy intuitivo, casi religioso. El entrenamiento de estos pintores (monjes, algunos de ellos) es como el de un Jedi ;-)


Pero si olvidamos este caso particular chino, y la novela de Mann, que parecen dejar el tiempo en su eternidad suspendido en un vacío intocable… el resto de las pinturas (y ahora si hablo de los objetos) que recordamos son voluptuosas, sensuales, recargadas… Poco tienen que ver con la realidad representada. Cuando hablo de exceso y de sensualidad me refiero (obviamente) a la pincelada. Lo sensual en la Dánae de Tiziano es la borrachera de color y la colección de pinceladas que hablan más de sí mismas que de la imagen que representan. En el cuadro de Tiziano no hay carne real, hay movimiento, deseo y sensualidad. Vuelvo a recomendar la lectura de La obra maestra desconocida de Balzac (la linko aquí) para entender cómo la pintura tiene un problema con el tiempo… ¿Qué diferencia hay entre tiempo y espacio? ¿Qué ocurre cuando queremos representar la vida en su infinidad de direcciones puntuales en el tiempo? ¿Qué ocurre con el cuadro del genio Frenhofer? Desgraciadamente, el cuadro de Frenhofer no es mágico, como el retrato de Dorian Grey… Con esto, lo digo todo.


Por poner un punto final, que eso empieza a complicarse… Cuando la fotografía imita a la pintura (por ejemplo, durante el pictorialismo a finales del SXIX, o en la actualidad, donde las técnicas de Photoshop o programas como Lightroom permiten añadir recursos retóricos a la imagen), abundan los elementos técnicos que ayudan a “resaltar” tal o cual significado: desenfoque, filtros, luz en exceso o defecto, alteración de las emulsiones… Todo ello para “expresar” más… Pero eso que se expresa es puramente estético, nada que ver con la realidad. El expresionismo alemán supuestamente “expresa” más… pero las imágenes que dejó son absolutamente irreales… Su relación con la realidad es parecida a la de una caricatura, un chiste, una novela épica… Distorsiona, exagera…

Dicen que la pintura tiene que romper y exagerar para hablar de realidad, tiene que ser extrema para impactar (extrema como la escultura de Miguel Angel), poética… Pero no es lo mismo entregarse al “gesto” vital, animal, primitivo quizás… que al ornamento (un exceso de gesto recarga la obra). Podríamos decir que un cuadro de Rotko expresa mejor que ningún otro el vacío, la soledad y la desesperación espiritual del artista… Pero estamos ya en un grado de abstracción, el que comienza a establecerse en el arte a partir de Ingres (sobre todo)… La pincelada de Ingres no está liberada, sino al servicio de lo representado… Pero la forma, está absolutamente suelta, loca, al servicio de lo que él nos quiere contar. Desde Ingres el arte está lleno de recursos de estilo que ayudan a escapar de la mera ilustración… Registros que se acumulan en el tiempo y que pueden complicar mucho la imagen. Tanto la alejan de nosotros que hay que empezar a trabajar para comprenderla.

La pintura menos abstracta de todas, la de Rubens, Rembrandt, Goya, Velázquez… es retórica… es narración en del tiempo atrapado en cada pincelada… Es profunda y está más allá del impacto. Tiene algo que ver con la eternidad… No desespera al que la observa. No llama… quizás invita a meterse dentro de ella… Se encontrarían estas obras entre la locura de carne de Frenhofer y el retrato de Dorian Grey. En un perfecto y milagroso punto de equilibrio entre el no ser y el ser…

Sólo Rembrand… que es un genio (quizás el único) consiguió atrapar un instante casi fotográfico en un cuadro plagado de pinceladas (cada una con su tiempo)… El velo de la muerte en sus ojos… Su último autorretrato nos muestra una mirada conocida. En absoluto idealizada. Real como la vida misma… Pero Rembrand es otra historia. Y la pincelada final que ordena todo... también es otra cosa.

PD: Esto no lo va a leer ningún crítico sesudo, pero por si acaso… pido disculpas por tanta burrada. Este escrito solo responde a mi punto de vista, más lírico y poético que otra cosa. Nada que ver con un análisis, estudio, o cualquier cosa cualificada. Nada que ver con lo que cada uno pueda interpretar de los conceptos aquí utilizados (que tienen un sentido muy claro para mí dentro de este contexto)... Vamos, que se lo puede llevar el viento, perfectamente.

Comentarios

Gabriel Ramírez ha dicho que…
Pues no, querida, esto no se lo debe llevar el viento. Me parece una entrada interesante de verdad. Es más, le acabo de leer a Guillermo (11 años) y explicar hasta donde alcanzo y se ha quedado flipendor. Gracias, Vera.
vera ha dicho que…
Así que todo era por Guillermo?¿? Haberlo dicho antes... que se lo había resumido un pelín.

Digo yo :-)

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