Kant y yo. Y Nietzche y yo. Y Marx y yo. Y… yo.

Obama hablando de la situación en Libia y yo con mis cosillas. El allí, y yo aquí.

Hace ya bastante tiempo que dejé de leer filosofía. Simplemente, me aburría tanto rizo, o tanta rama bifurcada, o tanta línea que se cruza, o intersecciones de planos, o espacios vectoriales, o túneles, o espirales, o superficies de revolución, o lo que sea…

Si. La cosa con la filosofía puede llegar a enredarse muy mucho. Tú coges un texto y, si eres honrado, intentas aprehender aquello que pasaba por la cabeza del individuo que escribió el tocho, pero si no eres honrado, intentarás interpretar el texto a tu antojo. ¿Cuáles son las consecuencias de lo segundo?, pues muchas. Como decía Kant “hace mucho ya que estamos acostumbrados a ver que se restauran viejos conocimientos gastados, separándolos de sus antiguos enlaces y acomodándoles un traje sistemático, de hechura caprichosa, pero con títulos nuevos; y la mayor parte de los lectores tampoco esperará de aquella crítica, de antemano, otra cosa” (se refiere a su propia Crítica de la Razón Pura), pero, más allá de Kant, más en la tierra al menos, el problema es infinitamente más grave. Por ejemplo Así habló Zaratustra es un texto que se ha utilizado en las cárceles con algunos reclusos, para animar la voluntad... porque alguien debe haber pensado que es un texto que sirve para inocular orgullo y valor en aquellos que lo han perdido. Esto, que puede tener más peligro que una araña venenosa escondida en tu ropa interior (no por el hecho de que el lector sea un presidiario, sino por el mero hecho de utilizar a Nietzsche como “credo o religión”), tan solo es un ejemplo extremo que ilustra algo muy común que sucede con los textos filosóficos: tenemos las fuentes, que ya son complejas, tenemos las interpretaciones de las fuentes, que pueden ser también complejas, y tenemos a los individuos que pueden ser individuos normales o individuos disfrazados de filósofos (peligrosísimo)…, un conjunto de bifurcaciones que pueden alejarnos muy mucho de aquello que una persona quiso decir un día dado. Pero esto no es lo peor, el problema con la filosofía es que, en general, nos hace sentir superiores a los demás, arropa nuestra diferencia, nos aísla o, en el peor de los casos, nos hace doctos.

Y el sabio o instruido mola mucho… pero, vuelvo a decir, tiene más peligro que una araña venenosa perdida en nuestro oído interno. Volviendo a Kant (esta vez sin citarlo, sino utilizándolo, ja, ja…), rara vez penetra el docto en algo que vaya más allá de sí mismo y sus circunstancias. Siguiendo -ahora sí- con Kant (hablando de los filósofos que interpretaron a Hume) “los adversarios de aquel hombre célebre tendrían que haber penetrado muy profundamente en la naturaleza de la razón, en la medida en que ésta se ocupa solo del pensar puro; lo cual les resultaba fastidioso. Por eso idearon un expediente más cómodo para porfiar sin ninguna comprensión, a saber, la apelación al sentido común. En verdad, es un gran don de los cielos poseer un sentido recto (o, como se lo ha calificado últimamente, sencillo). Pero hay que dar pruebas de él con hechos, con pensamientos y dichos sensatos y prudentes, y no refiriéndose a él como a un oráculo, cuando uno no puede alegar nada inteligente para justificarlo. No apelar al sentido común sino cuando la comprensión y la ciencia se acaban, es una de las invenciones sutiles de los últimos tiempos, que permite al charlatán más superficial rivalizar tranquilamente con la cabeza más profunda y oponerle resistencia. Pero mientras haya todavía un pequeño resto de comprensión, se guardará uno muy bien de acudir a este recurso de emergencia. Y mirándolo bien, esta apelación no es otra cosa que remitirse al juicio de la multitud: a un aplauso que hace ruborizar al filósofo, pero que pone altanero y triunfante al ingenio popular”.

Dicho esto, podemos afirmar que para ser honrado, uno debe evitar los comentarios e interpretaciones de otro para directamente ir a las fuentes e intentar comprender aquello que se quiso decir en un momento dado. No entiendo mucho sobre filosofía pero las fuentes están claras, lo demás son comentarios, notas al margen, malos usos, abusos, especulaciones y resto de cosas baratas. Las fuentes suelen ser algo parecido a un origen, al arte y a la vida. El resto, tan solo comentarios y disfraces. Y aún así… todo es muy complicado. Pensemos en los filósofos demasiado humanos, por ejemplo, Kierkegaard. Uno debe saber antes de leer a Kierkegaard que es un señor que vivió mucho antes de que Faemino y Cansado lo hicieran famoso en España. Soren (para sus amigos, que yo no lo soy porque no lo he leído nunca ni profunda ni superficialmente) fue filósofo, pero también teólogo que escribía sobre el sufrimiento y la angustia, algo que es bastante irrelevante, lo importante aquí (por simplificar) sería que era teólogo, es decir, que su filosofía cuelga de una idea preconcebida de Dios. Peeero… además… tuvo un amor frustrado y, aunque parezca más irrelevante aún, era jorobado y enfermizo así que bien pudo abrazar la vida religiosa para escapar de la desesperación. Esto tan solo es una suposición (no he leído a Soren, repito, ni pienso), pero tendría en cuenta todas estas cosas y muchas más (y comprobaría su veracidad) si decidiera leer a Kierkegaard. Otro ejemplo (y en este caso sí que he profundizado bastante) es Nietzche. He profundizado bastante en lo que se refiere a mi sesera y la suya, no en lo que se refiere a debates sobre Nietzsche del tipo “Gran Hermano”. Este hombre es, ante todo, divertido… si, pero al final, como casi todos, resulta un coñazo. Tiene ese librito que he mencionado antes que no es más que una obra maravillosamente escrita, complicada de narices y muy poética, pero en absoluto filosófica. Interpretar a Zaratustra es algo así como interpretar la Biblia.

“Entre mis escritos ocupa mi Zaratustra un lugar aparte. Con él he hecho a la humanidad el regalo más grande que hasta ahora ésta ha recibido. Este libro, dotado de una voz que atraviesa milenios, no es solo el libro más elevado que existe, el auténtico libro del aire de alturas -todo el hecho “hombre” yace a enorme distancia por debajo de él-, es también el libro más profundo, nacido de la riqueza más íntima de la verdad, un pozo inagotable al que ningún cubo desciende sin subir lleno de oro y bondad. Nos habla en él un profeta, uno de esos espantosos híbridos de enfermedad y voluntad de poder denominados fundadores de religiones… Es preciso ante todo oír bien el sonido que sale de esa boca, ese sonido alciónico, para no ser lastimosamente injustos con el sentido de su sabiduría”. Ecce Homo (Prólogo, 4).

El mismo Nietzsche lo dice, coño, pero lo dice en ese librito en el que habla sobre sí mismo y su obra. Un librito llamado Ecce Homo. Y van en las cárceles y plantan el Zaratustra en las manos de un presidiario drogadicto sin decirles quien es Zaratustra y lo que pretendía Nietzsche al escribir el librito.

Nietzsche, además, era un gran helenista, y como gran helenista utiliza en su obra múltiples referencias a la mitología griega. Cuando habla de “sonido alciónico”, se refiere a un sonido que quizás transmite la sabiduría de Dionisos (aunque esto deberíamos encontrarlo en sus propias palabras, no en interpretaciones), un sonido cercano a la música, a la ausencia de límites y de formas, al gusto por la indeterminación frente a lo apolíneo que pende de una forma y luz que están más allá de la realidad. Pero ¿la música es algo ausente de forma?, quizás Nietzsche entendía eso, o se refería a una música más cercana al juego que al gigante técnico. En definitiva, quizás Nietzsche se refiere al hombre que juega; no al capricho de una libertad sin condiciones, sino al hombre partícipe del juego del mundo… un hombre que expresa la armonía cósmica, el juego de la necesidad… y podemos seguir, y seguir…

Pero no. Nietzche era un raruno que también coleccionaba frustraciones y manías varias (demasiadas), pero también era increíblemente inteligente y sensible. Por esta razón, conviene coger a Nietzche por los machos y situarlo en un contexto “artístico”, no filosófico. Por esta razón, Nietzsche debería tan solo inspirar a los artistas, a nadie más… De hecho, creo que Nietzsche siempre hablaba del hombre creador.

No me enrollo más porque lo que quiero con todo esto es pasar a Kant.

Kant, aunque no lo parezca, nos ayuda a entender demasiadas cosas vulgares, por ejemplo el arte y la estética de casi todo el siglo XX. Además, su filosofía es la que ha llegado a mis manos (no sé si a las de otros) de forma más segmentada. En el mundo de la estética Kant sale por aquí y por allá, pero además muchos filósofos y profesores de filosofía y estética hablan de Kant, utilizan algunos de sus mensajes en diversos contextos e interpretándolos caprichosamente. Ha sido criticado y utilizado hasta la saciedad. Pero nada de esto es malo, salvo si queremos entender lo que Kant quería decir en realidad. Y lo que quería decir, al menos para mí, es muy importante. No sirve, como Nietzche, para entender al creador o al artista que llevamos dentro, sino para entender lo que somos en realidad o, mejor dicho, hasta donde podemos llegar como hombres, no como artistas. Más allá de nosotros mismos y por nosotros mismos. Nietzsche puede ayudarte “a ti” a entenderte en un contexto. Kant puede ayudarte “a ti” a entenderte en el universo y para eso tienes necesariamente que olvidarte de ti mismo y entenderte como “sujeto” (tú y todos los demás hombres) trascendental. El sujeto trascendental está necesariamente separado del objeto, y su estructura (a priori) le permite conocer ese objeto. El sujeto trasciende al objeto.

Pero ¿cómo?, que arrogancia… Ya… Pues sí. Pues no. Porque nosotros también somos “objetos de nuestro conocimiento”. Dios… qué arrogancia. Si. Arrogancia pura. Basta ya de permanecer pasivos porque no podemos conocerlo todo, y más si está Dios más allá. No. En realidad, podemos conocerlo todo, ya puestos…. El hombre conoce el mundo a través de sus estructuras mentales que configuran los datos que le llegan del exterior. El sujeto pasa a ser parte activa y única… Qué depresión… No me extraña que -después- todo terminara en escepticismo y nihilismo… Vagos, más que vagos. Kant puso en tela de juicio nuestra capacidad para comprender. Hizo una ciencia con ello. Estableció los límites de la razón pura y de la razón práctica y -necesariamente- del juicio (estético y teleológico). Por eso Kant nos enseña hasta dónde podemos llegar, y deja bien claro que todo no es más que nuestro constructo, porque no hay otra… Pero mientras analiza nuestra capacidad para “construir, entender, comprender, conocer” deja muy al margen (o en su sitio, allá a lo lejos) tantas menudencias que inundan las bocas de todos, que uno siente que su “ciencia” es verdadera. Una ciencia que tan solo delimita los límites del conocimiento y por ende da pistas sobre aquello que podemos llegar a conocer. Una ciencia que nos deja sin Dios, solos, rodeados de nosotros mismos, nuestro entendimiento, nuestra razón y nuestra facultad para juzgar. Solos. Absolutamente solos. Por eso algunos amantes de Kant niegan o temen la vida. Son como aquellos de los que hablaba Nietzsche en Zaratustra (De los transmundanos):

“¡Hundirse en su ocaso quiere vuestro sí mismo, y por ello os convertisteis vosotros en despreciadores del cuerpo! Pues ya no sois capaces de crear por encima de vosotros. Y por eso os enojáis ahora con la vida y contra la tierra. Una inconsciente envidia hay en la oblicua mirada de vuestro desprecio…”

Cuando uno se encuentra de bruces con la indeterminación, cuando uno sin quererlo intenta ir más allá de sus propios límites, necesita montar estructuras que le ayuden a comprender. Algo así sucedió con Galileo y Marx… Lástima haber perdido mis apuntes sobre Marxismo pero, según mis recuerdos, Marx intentó establecer una ciencia de la historia, igual que Galileo fundó una ciencia, basándose en un método científico, es decir, estableciendo unos pasos fijados de antemano… o sea, idealistas quizás. Pasos que, a fin de cuentas, simplifican lo dado ante nosotros, pero ayudan a comprenderlo.

Como no deseo enrollarme y ¡válgame Dios! profundizar en todo esto, ja, ja… Diré así por encima que conozco ligeramente los orígenes de Kant, su reputación adquirida, su pietismo, su aislamiento… etc. Pero en su caso, los antecedentes no importan, porque construye algo tan evidente como una meiosis en ciertas condiciones dadas, por poner uno de los millones, billones y trillones de ejemplos biológicos.

Y a mí me resulta así de evidente porque confío en su ética y su moral. Una ética y moral que se fundamenta en el imperativo categórico. Si. Y lo bueno que tiene este imperativo de Kant es aquello que criticaban todos los demás: “el imperativo categórico es el punto culminante de una ética puramente autónoma, que atribuye al hombre la posibilidad de hacer el bien sin una gracia divina”, “el imperativo categórico es un imperativo de la razón, que puede ser contrario a los imperativos de la vida”… A mí, qué queréis que os diga, me parecen mucho más imperativas las críticas que el propio imperativo. Y, por otro lado, resulta algo tan grande pensar que puede existir una ética autónoma al margen de cualquier otra cosa… Y resulta algo tan estúpido pensar que un imperativo de la razón puede ser contrario a la vida… La cosa es simple, si queremos pensar, debemos olvidarnos de muchos condicionantes, descartar las circunstancias…

Kant, como cualquier otra cosa, es mejor o peor entendido. Yo creo (de momento, ya que me queda mucho por leer, si es que tengo ganas) que intentó establecer, no sin fisuras… supongo, las pautas de la verdadera y única libertad posible.

Solo Kant pensaba que los seres humanos podían llegar a estar preparados de forma suficiente para tomar sus decisiones sin tener que recurrir a instancias superiores, ajenas a la razón. Solo Kant creía en la mayoría de edad que permite a los individuos ser libres sin necesidad de tutores que defiendan sus intereses. Y eso, es algo muy gordo. No sé si es posible o existe, pero es muy gordo y difícil de entender. Quizás entenderlo sea algo como la fe, que nos mantiene tranquilos y esperanzados… Lo que pasa es que la esperanza kantiana desaparece con el sujeto. Es decir, que su promesa (al menos la que yo manejo) no tiene como fin un paraíso de colores. Sencillamente se apaga. O se entiende sobre la humanidad al completo y su historia, y lo que quede de ella… O se apaga. Por eso la esperanza de la trascendencia no es más que el sentido -un tanto difuso- de nosotros en todo esto. Un sentido que no es más que un vector en un espacio indeterminado.

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