¿Leer y olvidar?

“Cuando cierras un libro, vienes de muy lejos. Has sido otro. Ya no puedes ver con los mismos ojos tu casa, tu colegio, tu familia ni a esa persona que tú creías ser. Nada es para ti igual a como era cuando te fuiste”.

Rafael Reig nos cuenta en este artículo que transcribo casi al completo cómo alguien se convierte en lector… Al final del mismo apunto algo sobre la opinión de Reig acerca de la conveniencia de eliminar la “lectura” de los planes de estudio y su jocosa visión de los padres actuales, a los que considera “monitores de tiempo libre”. El texto surge de una entrevista con Juan Antonio Tirado y no tiene desperdicio. Sobre todo la sutil sombra que arroja sobre la lectura cuando la compara con otras formas de evasión. Resultaría triste que alguien no hallara en sus horas de lectura aquello a lo que se refiere Reig, a saber, su impulso transformador.

“…Coincidimos los dos en que promover la lectura es tan innecesario como delator, ¿a quién se le ocurre fomentar que los jóvenes se metan mano por debajo de la ropa? Ya se ocupan ellos. Entonces, si de verdad creemos que es un placer tan grande, ¿para qué intentar convencer a nadie? ¿Cómo no va a resultar sospechosa tanta monserga sobre los beneficios de la lectura? Y por otra parte, si leer te convierte en bueno y tolerante, es decir, en lo que tus padres y la autoridad competente quieren que seas, ¿qué chaval en su sano juicio va a ponerse a leer? El repelente niño Vicente.

Prohibir la lectura no parece sensato, por mucho que sirviera de estímulo, pero al menos deberíamos sacarla de los planes de estudio y extender la idea de que es una pérdida de tiempo, que más vale hacer los deberes o ver la tele, donde de verdad se aprenden cosas útiles.

Yo empecé a leer en aquella añorada época en la que los padres aún no se habían convertido en monitores de tiempo libre ni estaban deseando compartir los fines de semana con sus hijos. Gracias a Dios, nos dejaban en paz, y como es natural nos aburríamos muchísimo. Desde que aprendí a leer, leo para divertirme y ya no me aburro nunca.

Para mí abrir un libro siempre ha sido dar un portazo. Sales, cierras de golpe, y la realidad se cancela. Con solo un libro te libras de tus padres, de los maestros, del chándal de ir al cole, del matón del patio del recreo, de ser pobre, gordo o feo. Abandonas de golpe a tu familia, tu barrio, tu cole, tu clase social y todo tu pequeño mundo.

Me preguntaba Juan Antonio si la lectura entonces es una evasión, una forma de cancelar la realidad, de huir de ella, algo parecido al alcohol o a las drogas. Al contrario, en mi opinión. El alcohol, las drogas, quizá el sexo también, interrumpen o amortiguan la realidad, pero no son un medio de locomoción. Cuando se pasa el efecto, vuelves al lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente. Un libro en cambio te obliga a meterte en los zapatos de otros, a ser otro mientras lo lees. Cuando cierras el libro, vienes de muy lejos. Has sido otro. Ya no puedes ver con los mismo ojos tu casa, tu colegio, a tu familia ni a esa persona que tú creías ser. Nada es para ti igual a como era cuando te fuiste dando un buen portazo.

Esta vuelta a casa siempre es un motivo de alegría. Como decía Francis Scott Fitzgerald: “Es invariablemente triste mirar con nuevos ojos las cosas a las que uno ha extendido su capacidad de adaptación”. Hay que desengañar a los jóvenes más crédulos: leer no te hace más feliz y ni siquiera más sabio. Pero sí te da impulso para transformar la realidad, empezando por ti mismo...

… Como dice Antonio Orejudo, el problema para algunos niños fue que acabamos identificándonos… ¡con doña Enid Blytón! Un día descubrimos que, en lugar de ser Dick o de soñar con acariciar a Jorge, nos gustaría más ser la persona que inventa todo aquello, la señora Blyton. El niño al que le ocurre eso ya está echado a perder, nunca llegará a nada, se convertirá, como Orejudo, en novelista: el idiota de la familia, como dirían Flaubert y Jean-Paul Sartre. Los niños sanos, los que meten goles de cabeza y les dan besos con lengua a las chicas, cuando se enteran de que Los Cinco son de mentira, inventados por una señora, se sienten estafados. ¿Para qué leer, si al fin y al cabo se lo inventa una señora? Ya solo leerán esos libres en los que tanto se aprende del antiguo Egipto. Otros niños, en cambio, con menos fuerza de carácter, se llevan la alegría de su vida: si es inventado, habrá muchas más pandillas inventadas de las que formar parte. Estos se convierten sin remedio en lectores. Ciertos niños sin suerte, los que se identifican con Enid Blyton, los que quisieran ser el que inventa esas historias, el novelista, ya han escogido el mal camino y acabarán como se merecen”.


Al margen de este último párrafo en el que Reig (supongo) ofrece cierta reflexión existencial sobre sí mismo como novelista y lector, se encuentran esos tres tipos de lectores que más o menos dibuja. Yo no me identifico con ninguno de ellos ya que ni soy novelista, ni lectora de novelas históricas ni lectora. Pero considero muy importante el modo en que diferencia la lectura de “otros mecanismos de evasión”. Después de leer un libro interesante (para uno mismo), sentimos que hemos avanzado en el camino, no miramos el presente con desprecio sino como algo más enriquecido porque nosotros no somos la misma cosa sino algo más. Parece algo simple, pero no lo es… El presente, de hecho, puede resultar una mierda mucho más gorda después de leer… pero nosotros no, por lo tanto, el presente ya no nos da miedo. El mundo y tus circunstancias aterran mucho menos después de leer solo en el caso (solo en el caso, repito) de que sientas ese impulso transformador en ti mismo. Y eso (y solo eso) es libertad. De otra manera uno puede sentirse de cualquier forma después de leer, pero no más libre.

En cuanto a eliminar la “lectura” de los planes de estudio (sobre todo en primaria), estoy de acuerdo totalmente salvando una sola cosa. Creo que hay libros que deben ser recomendados, como en la facultad. Tú tienes un plan para una asignatura, una serie de temas que debes aprender porque te van a examinar… pero luego están las lecturas recomendadas. Recuerdo cómo estas lecturas preocupaban a muchos alumnos: ¿pero esto entra en examen? La respuesta es no. Pero en el mejor de los casos eran lecturas que te ayudaban a formar una opinión, a cancelar el examen y todo aquello que debías aprender, y a nunca más ver con los mismo ojos esa asignatura. Para mí toda lectura “extra” universitaria (y hasta alguna de las obligadas en el colegio), supuso un avance, nunca un retroceso. Tan sólo he perdido el tiempo (igual que todos los demás) cuando aquello que había que leer era una obligación sin sentido, como otras muchas que ofrece la enseñanza.

Y hablando de obligaciones bien vale considerar esta gracia de calificar a los padres actuales como “monitores de tiempo libre”. Añadiría que los padres de hoy no desean exactamente pasar el fin de semana con sus hijos, tan solo sienten que debe ser así. Y supongo que el lunes vuelven a la oficina igual que salieron el viernes pero con algo que contar. La verdad es que resulta tremendamente complicado conseguir que los niños se aburran hoy, y no sé si vale la pena intentarlo. Yo lo intento, a mi manera… porque creo que aburrirse resulta un privilegio, pero aburrirse de verdad, es decir, sin libros programados por medio ni ninguna otra cosa.

Dicho esto, no creo que uno caiga en la lectura por aburrimiento sino quizás por todo lo contrario. Cuando uno olisquea y se acerca a un libro, siempre lo hace por interés.

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