Pañales y cerveza (Ángela Medina, Demipage 2011)


Me gusta mucho la respuesta de la autora a la pregunta de Gonzalo Izquierdo "¿tienes miedo a las críticas?"... Es un “no” y un “sí” al mismo tiempo.

No solo se expone tu nombre al publicar una obra, sino algo mucho más íntimo. He discutido con algunos escritores sobre el porcentaje de uno mismo que se llevan ciertas obras “intimistas”… y siempre hemos terminado a hostia limpia. Pues vale. Hay obras y obras, y las que están escritas desde el dolor y la amargura, pues eso que se llevan. Venga el sabor de donde venga.

Una vez más, los textos que aparecen en la contraportada del libro mienten. Pañales y cerveza no es una “novela ligera” que diga ni mucho ni poco sobre nuestros hábitos de hoy en día. Tampoco su tono es “fresco y divertido”. La autora dice “quería narrar algo de manera muy suave, incluso naíf, e ir a hachazos por debajo” y eso es, efectivamente, lo que hace; sin violencia verbal, sin implicación emocional de los protagonistas… o, mejor dicho, sin que la cabeza de los mismos entre en el juego. Sin necesidad de “contar nada”.

Pero hay una historia, no obstante, y surge de una percepción de la autora durante a una visita a IKEA: en IKEA no hay abuelos solitarios, tan solo familias y parejas. Y así comienza la idea para un cuento o un relato que se transformó en novela.

Es difícil hablar de una novela que no tiene más de 100 páginas y cuarenta y tantos capítulos… ¿No seguirá siendo un relato, un cuento, una idea?... Pues no. Es una novela en la que la parcelación del texto, la sucesión de escenas y el vacío -ese importante vacío- construyen una imagen de lo que muchos de nosotros somos, la mayor parte del tiempo.

Una historia con poca fantasía, sin maravilla ni gloria. Una historia de alienación no percibida.

El silencio, todo lo que no se dice -armazón de la novela-, genera una tensión y un malestar parecido al que uno siente cuando el destino del héroe está subordinado al capricho de los dioses. Un héroe que cree controlar su existencia sin controlar, en realidad, nada.

Pero hoy, en el siglo XXI, tenemos muchos más recursos. IKEA nos invita a redecorar nuestra vida. No sabemos muy bien qué significa todo eso, pero entramos en el juego. Un juego que creemos dominar y no dominamos. Un juego en el que tan solo hacemos trampas.

¿Y dónde queda todo aquello que no hemos dicho y que no hemos hecho? ¿Dónde quedamos nosotros?... Pasen y lean.

Leyendo Pañales y cerveza he recordado la novela de Perec Las cosas. Conocimos a sus personajes a partir de todo lo que ansiaban tener o poseer mientras que su vida se escapaba entre suspiros… Hoy, los mensajes publicitarios animan nuestro espíritu igual que el horóscopo de Superpop. “Redecora tu vida”. Como tontos, seguimos al flautista. Fuera de eso, nos queda lo mismo que a la pareja de Perec: vacío, aislamiento y automatismo. Ellos soñaban, pero los vacíos de Pañales y cerveza ni siquiera invitan al sueño. Se percibe cierta energía, pero dudo que la autora nos conceda esperanza alguna.

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